«La Voz de San Justo», domingo 18 de marzo de 2018
“Mientras Pedro estaba bajo custodia en la prisión, la Iglesia no cesaba de orar a Dios por él” (Hch 12,5).
En su camino por la historia, la Iglesia ha tenido muchos tipos de Papas. Los ha habido santos de elevada espiritualidad, clarividentes misioneros, eximios teólogos, hábiles políticos y administradores; sufridos confesores de la fe y mártires. Y también, algunos de vidas poco edificantes.
Como aquella primera comunidad cristiana, la Iglesia nunca ha dejado de rezar por Pedro, esté o no en prisión, sea un santo consumado o, como la mayoría de nosotros, un pecador perdonado, torpe aprendiz del Evangelio.
Este 13 de marzo se han cumplido cinco años de la elección de nuestro “Pedro” actual: Francisco, el Papa venido desde el fin del mundo. Se han escuchado diversas interpretaciones sobre su figura, influencia y magisterio. Sinceramente uno queda un poco mareado con tantas palabras.
¿Me permiten otro sincericidio? Sobre todo, aquí en su patria y también dentro de la Iglesia, ¿no hay una exagerada concentración sobre su figura? ¿No deberíamos hablar más de Jesucristo que de su vicario? Me animo a decir que él piensa así. Una Iglesia autorreferencial está enferma, pues “pretende a Jesucristo dentro de sí y no lo deja salir”, decía Bergoglio antes del Cónclave. Hay que vivir una suerte de espiritualidad eclesial, inspirada en Juan, el Precursor: “Es necesario que Él crezca y que yo disminuya” (Jn 3,30). En síntesis: menos Iglesia, más Jesucristo.
De aquel 13 de marzo, hoy me ha venido a la memoria la imagen del Papa pidiendo a la multitud, reunida en la Plaza, que rezara por él. La fotografía que acompaña este artículo captura aquel instante. Unos amigos que estaban allí, aquella tarde romana, me decían que el momento fue impresionante.
En latín se dice: “Ecclesia orans”, Iglesia en oración. Solo cuando se experimenta la oración como realidad vital, se toca la verdad de la Iglesia. Como también, y más radicalmente aún, solo cuando, de la mano de los relatos evangélicos, nos asomamos a ese huracán indomable que es la oración de Jesús al Padre, llegamos a conocerle realmente a Él como Hijo, Dios con nosotros, Verbo eterno en carne humana.
La oración por Pedro – hoy por Francisco –nos da la perspectiva adecuada para apreciar su figura: los ojos certeros de la fe eclesial. Lo cual no invalida, aunque sí ubica en sus justos términos los otros enfoques: políticos, sociológicos, culturales, afectivos.
¿Por qué oramos por Pedro? Ante todo, porque Jesús mismo lo hizo: “Simón, Simón, mira que Satanás ha pedido poder para zarandearlos como el trigo, pero yo he rogado por ti, para que no te falte la fe. Y tú, después que hayas vuelto, confirma a tus hermanos.” (Lc 22,31-32). Rezamos por Pedro/Francisco, porque Jesús oró por él, y por sus mismas razones: para que no le falte la fe, y para que nos confirme en la fe a quienes somos sus hermanos.
Eso es precisamente lo que está haciendo hoy Francisco. Él ha sabido sumarse – con originalidad latinoamericana, argentina y porteña – al camino que viene transitando la Iglesia, de la mano de los últimos Papas, actuando el mandato profético del Concilio Vaticano II.
Ese camino es diáfano. Tiene la provocativa sencillez del Evangelio: poner a Jesús en el centro, y con Él, a los pobres, a los olvidados, a los heridos. Francisco diría: “las periferias”. Todo lo demás: o de ahí nace o hacia este centro converge.
Y alegría. Mucha alegría. La alegría del Evangelio. La alegría de Dios reflejada en el rostro de Cristo resucitado.
Rezamos por vos, Francisco. Que el Señor te proteja y la Virgen te guarde. Gracias por tu testimonio y tu servicio a la fe.
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