Mensaje por el Día Internacional de la Mujer
Como dice el Documento de Aparecida, del Evangelio emerge la figura de María como “mujer libre y fuerte, conscientemente orientada al verdadero seguimiento de Cristo.” (DA 266).
María es discípula de Jesús, no por casualidad, sino por una decisión que ha ido madurando y creciendo en ella, en su conciencia, en su libertad, en su alma. Su fuerza no es la arrogancia del prepotente, sino la fortaleza del Espíritu que vierte el amor de Dios en los corazones.
Ese encuentro entre ella y el Espíritu de Dios la ha hecho más mujer, más genuinamente humana, libre y vital. La ha potenciado en su humanidad. Así ha podido dar a luz – nadie se le puede comparar – al que es la Luz del mundo.
La fuerza de María es la fortaleza que se foguea en la lucha cotidiana por el pan “de cada día”. Y esa lucha es oración, servicio, fe peleada y sufrida. Es búsqueda de Jesús, aún cuando no se comprende bien lo que dice y hace. Es espada que parte por el medio, porque la Palabra hace eso en la vida de quien la acoge sin reservas: hiere, cura y purifica, tanto como que da vida y resucita.
Con esa fuerza da vida.
Así es María. Y así son tantas y tantas mujeres que he podido conocer en cada rincón de nuestra diócesis, y también más allá. Celebrando hoy el Día Internacional de la Mujer me hace bien recordarlo.
De esta conmemoración podemos decir lo que Jesús sobre el Reino: trigo y cizaña crecen juntos. Es verdad que hay reclamos difíciles de aceptar (el aborto, por ejemplo, o algunas impostaciones ideológicas), pero también hay mucho más de trigo genuino que resulta necesario dejar crecer: justicia e igualdad, dignidad concretamente reconocida, no a la violencia contra las mujeres, anhelo por otra forma de vida y de organización de la sociedad…
Se ha planteado la oportunidad de celebrarlo con una huelga de mujeres. Es opinable. Creo, sin embargo, que esa “ausencia” puede ser elocuente expresión de lo que las mujeres significan en la vida de nuestra sociedad y de la Iglesia, pero también de todo lo que nos falta conseguir todavía para hacer justicia a la dignidad de quien, con el varón, ha sido creada a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,27).
El Reino y la Iglesia que está a su servicio tienen alma y rostro de mujer. El de María y de las otras mujeres, al pie de la cruz, en el camino de la vida, en el peregrinaje de la fe, en la pelea cotidiana por los que amamos y por nuestro mundo.
A todas las mujeres, creyentes o no, que habitan en este espacio generoso que es el territorio de la Diócesis de San Francisco, mi saludo y mi mano tendida, de hombre y de hermano.
+ Sergio O. Buenanueva
Obispo de San Francisco
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