
El drama de los abusos sexuales en la Iglesia católica se puede minimizar de muchas maneras y desde varios frentes.
Aquí señalo solo dos.
Desde dentro de la misma Iglesia, se minimiza esta crisis cuando se la reduce a un problema de pérdida de credibilidad, y todo el esfuerzo se pone en recuperar el prestigio perdido y cuidar la propia imagen. Y no hablemos si se apela a alguna forma de lectura conspirativa: “todos contra nosotros”.
Pero también desde fuera de la Iglesia se banaliza la crisis cuando, por ejemplo, se instrumentaliza el drama de las víctimas de abuso clerical, reduciéndolo a un arsenal del que extraer, sin demasiado esfuerzo, abundante munición para las propias guerras contra el clero.
El abuso sexual es un problema grave en sí mismo. Hay que afrontarlo como tal, sin manipular el drama humano de las personas involucradas – las víctimas y sus allegados, en primer lugar – para otros fines que no sean la verdad, la reparación, la prevención y la sanación.
La verdad, por el esclarecimiento de los hechos. La reparación, por una contundente y objetiva acción de la justicia del Estado, pero también de la Iglesia. El esfuerzo de prevención para proteger a las personas vulnerables. Pero, de manera especialmente delicada, la sanación integral de las víctimas y, en lo posible, la recuperación humana de los victimarios.
En torno a estos fines se pueden encontrar puntos sólidos de consenso para una lucha en la que toda la sociedad está involucrada.
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