Exequias del Padre Salvador García

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Homilía del obispo Sergio Buenanueva

Parroquia “Nuestra Señora de la Consolata”

Sábado 3 de marzo de 2018

Teníamos programado reunirnos en el Santuario Diocesano de Villa Concepción para dar inicio, bajo la mirada de la Virgencita, al año pastoral 2018.

La Providencia dispuso otra cosa.

La Virgen vino a buscar al querido Padre Salvador este primer viernes de mes.

Nos reunimos. Sí. Pero de un modo, tal vez, más intenso y fraterno. Más eclesial: a corazón abierto.

Salvador ha muerto “en Cristo”, como era el sueño de San Pablo, y también el suyo.

Muchos signos de estos últimos tiempos nos hablan de ello. Quienes le han sido más cercanos guárdenlos en su memoria como un precioso tesoro.

Salvador ha muerto “en el Señor”.

Y eso no es poca cosa.

No lo es para un discípulo del Evangelio que es, además, pastor y sacerdote.

No lo es, ciertamente, porque es un morir en el Señor, en Jesucristo, el que vivió y murió por nosotros. El que entregó la vida y nos alimenta, cada día, con ese Pan vivo. El que resucitó dándonos un horizonte de esperanza para nuestro vivir y nuestro morir.

En cierto modo, celebramos la santa Eucaristía y nos alimentamos de ella – “remedio de inmortalidad” la llamaban los Padres Apostólicos – para estar preparados para esta hora, de la que le pedimos también a Nuestra Señora que ruegue siempre por nosotros, “ahora y en la hora de nuestra muerte”.

*     *     *

Queridos hermanos y hermanas: no ocultemos el dolor por la separación. Nos hace bien mirarnos a los ojos y ayudarnos a enjugar nuestras lágrimas por la partida de Salvador.

Ellas nos recuerdan la vida compartida con este buen sacerdote, íntegro, sabio y que poseía también un modo muy suyo de decir las cosas y llegar al corazón.

El Señor entremezcló los hilos de su vida con los de las nuestras, con los de esta Iglesia diocesana.

Que nuestras lágrimas rieguen tantos recuerdos para que tengan la fecundidad del Evangelio.

¡Cuánto bien nos ha hecho el Señor a través de su humilde y fiel siervo Salvador! ¡Cuánta gratitud tiene en este momento nuestra Iglesia diocesana como la familia orionita a la que perteneció hasta el final!

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Ayer, mientras disponíamos el cuerpo de Salvador para el velatorio, el padre Daniel Maini buscó el Evangelio que hemos escuchado, porque de él tomó Salvador el lema de su sacerdocio: “¡Qué todos sean uno!”.

Lo hemos recordado hace poco, celebrando los cincuenta años de su ordenación.

Querido Salvador:

Vos has llegado – así lo deseamos – a esa comunión de amor que es la vida eterna: con el Padre por el Hijo en el Espíritu Santo.

Nosotros seguimos caminando.

¡No te olvidés de nosotros!

Pero, como te pedimos eso si ya estás con Jesús y, para quien vive y muere en él, ningún vínculo de amistad, de comunión eclesial, de familia, de ciudadanía, ninguno de esos vínculos se pierde.

Tu oración por nosotros se une a la oración de María y de todos los santos, por los vivos y por los difuntos.

Seguimos caminando, agradecidos de haberte conocido y habernos beneficiado de tu ministerio sacerdotal.

Como Iglesia diocesana iniciamos nuestro año de pastoral bajo la mirada de la Consolata, la Madre de todo consuelo.

Y reunidos por tu pascua, iluminados por tu testimonio cristiano y sacerdotal y estimulados por el Evangelio que movió tu vida.

Salvador: ¡Gracias y hasta pronto!