La Cuaresma de María

11b

¿Puede ser María modelo de la Iglesia penitente que camina la Cuaresma?

Sí. A no dudarlo.

Tengámoslo bien presente en este Año Mariano Diocesano que estamos transitando.

Los discípulos de Jesús hacemos penitencia: oramos, ayunamos y compartimos con los más pobres; intentamos sobrellevar con paciencia las pruebas que nos trae la vida; ayudamos a nuestros hermanos a llevar sus cargas, incluso olvidándonos de las nuestras; tratamos de no desanimarnos por nuestras miserias y pecados, levantándonos cada día de nuestras caídas; afrontamos el dolor, la enfermedad y la muerte.

Y lo hacemos movidos por aquel amor del que dijo Pablo que nada ni nadie podrá jamás separarnos: el amor de Cristo.

Somos un pueblo penitente, que llora sus pecados y los pecados del mundo entero.

Así caminamos la fe. Peregrinamos la fe y caminamos la paciencia que nace de la esperanza.

A María, sin pecado concebida, no le fueron ahorradas pruebas, sinsabores, dudas ni dolores, sufrimientos ni penas.

“Y a ti misma una espada te atravesará el alma”, le profetizó el anciano en el templo.

Releamos las páginas del evangelio en las que está presente, de la Anunciación a Pentecostés:

  • gozo, incertidumbre y entrega ante el anuncio del ángel;
  • un embarazo sorpresivo y un parto luminoso en la pobreza y abandono;
  • urgencia solidaria y misionera al saber de Isabel y su embarazo;
  • huida intempestiva a un país extraño, con la incertidumbre solo atemperada por una inquebrantable confianza en el Dios de las promesas;
  • búsqueda, desconcierto y contemplación ante un hijo que no pregunta, sino que afirma que lo suyo es estar en las cosas del Padre;
  • un hijo que la vuelve a desconcertar hablándole de una hora que todavía no llega pero que se adelanta en Caná, en una boda que preanuncia otra alianza sellada en el vino de su Sangre;
  • ese hijo que parece desconocerla y alejarla de sí porque parece sobreponer los vínculos de la fe a los vínculos de la carne;
  • la prueba suprema de la cruz, del silencio cargado del sábado santo y de la presencia furtiva de la pascua.

Son solo algunas indicaciones del camino cuaresmal de María que – como nos ocurre a nosotros, discípulos e Iglesia de su Hijo – duró toda su vida. Y que vivió con una hondura y sensibilidad espiritual infinitamente más intensa que nuestra superficialidad, secularizada y banal.

Claro que ella inspira nuestro propio peregrinar en la fe.

Y no solo lo inspira. Lo sostiene con su oración.

A ella nos confiamos, caminando hacia la Pascua.

Nunca mejor que en Cuaresma aquel: “¡Ven con nosotros a caminar, Santa María ven!”.

En realidad, sabemos que esta súplica es un poco retórica: ella camina realmente con nosotros.

Es nuestra experiencia como pueblo de Dios.

Es lo que vivimos cuando peregrinamos a su Santuario.