En el vocabulario cristiano, la palabra “comunión” posee una riqueza de significados difícil de sintetizar. No obstante, intentemos desentrañar su significado esencial.
El domingo pasado recordábamos que la principal manifestación de la Iglesia se da cuando la comunidad se reúne en torno al altar para celebrar la Eucaristía. Esa imagen nos va a ayudar ahora a comprender el sentido de la palabra “comunión”. Lo explica así San Pablo: “La copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la Sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Ya que hay un solo pan, todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo, porque participamos de ese único pan” (1Co 10,16-17).
Antes que una moral que cumplir o una serie de ideas que comprender, la experiencia cristiana es comunión con el Padre, por medio de Jesucristo, en el Espíritu Santo. Nace de la escucha de la Palabra de Dios, se realiza por la fe y se expresa en la santa Eucaristía. Por eso, una de las descripciones más antiguas de las primeras comunidades cristianas dice así: “Todos se reunían asiduamente para escuchar la enseñanza de los Apóstoles y participar en la vida común (comunión), en la fracción del pan y en las oraciones.” (Hch 2,42).
La expresión “comunión de los santos”, en el Credo, sigue a la confesión de fe en la santa Iglesia católica. Es como una variación del mismo tema. Indica la fuente de la que mana y de la que se nutre la comunidad cristiana. Nos ayuda a comprender de qué vive la Iglesia, cuál es la fuerza que reúne a los cristianos y los impulsa a ser “Iglesia en salida”, como dice el Papa Francisco, para caracterizar a la Iglesia que es misionera por su propia naturaleza.
La referencia a “los santos” tiene un doble significado. Ante todo, es comunión en las “realidades santas”: la Palabra, el Espíritu, los sacramentos, el amor de Dios y a los pobres. Y, en segundo lugar, es comunión de aquellos que han sido santificados por el Espíritu. Por eso, algunas liturgias orientales, cuando llega el momento de las ofrendas tienen esta invitación: “Sancta sanctis” (las cosas santas a los santos”). Los bautizados (los santos) compartimos unos mismos bienes espirituales (las cosas santas) que fundamentan nuestra comunión también en todos los planos de la vida: compartimos carismas, talentos, tiempo y bienes materiales. La Iglesia es, así, una comunión de bienes que se comunican y expanden.
En este contexto, la expresión sirve para comprender también los llamados “tres estados de la Iglesia”: la Iglesia que celebra en el cielo la comunión con Dios (los ángeles, María y los santos); la Iglesia peregrina y misionera que camina la fe en la tierra; la Iglesia de los que han muerto “bajo el signo de la fe” y son purificados por el amor de Cristo para entrar en la comunión eterna. La Iglesia es comunión porque unos por otros, vivos y difuntos, santos y peregrinos, estamos unidos en el Cuerpo de Cristo. Los santos interceden por nosotros, y nosotros encomendamos a nuestros difuntos a la misericordia de Dios.
La cultura dominante parece haber erigido, como dogma central, una especie de individualismo libertario. Al yo individual y a sus deseos se sacrifica y se subordina todo. ¿Su resultado? La soledad, el aburrimiento y el sinsentido. El humanismo cristiano va en la dirección contraria: la persona humana es apertura al otro, comunión, diálogo y vínculo. Solo así logra ser ella misma.
Claro, viene del Dios amor. En la Trinidad, las personas son dándose.