Lo que sigue es lo que escribí apenas me enteré de la renuncia de Benedicto XVI. Era todavía obispo auxiliar de Mendoza. No me acordaba de estas líneas. Ni siquiera tienen título. Puse el del archivo de Word.
Las vuelvo a publicar como un testimonio de aquellos hechos que, todavía hoy, merecen ser repasados en el corazón iluminado por la fe.
Dimisión de Benedicto XVI
Al concluir la Misa de 08:00 en el Santuario de El Challao, el P. Raúl Marianetti me dio la noticia del anuncio de la dimisión del Papa.
Como todos, quedé fuertemente impresionado. En realidad, sorprendido y, aún antes de leer las palabras del Santo Padre, interiormente edificado. Eso es poco: en realidad, admirado.
Estamos en presencia de un acto de verdadera grandeza, según la medida del Evangelio.
Benedicto XVI nos ha edificado con este gesto que lo muestra, una vez más, en toda su talla humana y espiritual.
Seguramente escucharemos muchas voces, interpretaciones y valoraciones. Mientras bajaba del Santuario venía escuchando algunas interpretaciones hechas al calor de los acontecimientos. Obviamente, todos los lugares comunes que ya conocemos.
Al llegar al Arzobispado me encontré con Franzini, y al subir a mi casa con Arancibia. Los tres coincidimos en los dos términos que ya he expresado: sorpresa y admiración.
Ahora, a orar. Por Benedicto XVI, dando gracias por un pontificado enorme. Por la Iglesia, a la que nunca le faltarán los buenos pastores ni la asistencia del Espíritu. Por el futuro Papa, para que sea discípulo fiel de Jesús como sus antecesores.
No es un dato menor que este hecho histórico haya tenido lugar en la memoria de Nuestra Señora de Lourdes.
El Evangelio de hoy es aquel de la Bodas de Caná, en el que María nos dice: “Hagan todo lo que Jesús les diga”.
Benedicto XVI ha sido fiel y obediente a la palabra de su Señor.