«La Voz de San Justo», domingo 7 de enero de 2018
Retomamos nuestras reflexiones sobre el Credo. Seguimos en la tercera y última parte, centrada en el Espíritu Santo.
Habíamos hablado del Espíritu como el “gran desconocido”. Tenemos que matizar ahora esa afirmación. En realidad, esa suerte de desconocimiento ha sido más acentuado en el Occidente cristiano, no así en las Iglesias del Oriente. Ellas han cultivado un sentido muy vivo de la presencia y acción del Santo Espíritu en el mundo, en la vida del cristiano y en la Iglesia. Bastaría examinar, por ejemplo, la frecuencia, belleza y hondura teológica de las invocaciones al Espíritu que contienen las liturgias orientales.
En estos últimos decenios, los cristianos de Occidente estamos recuperando ese capítulo un poco olvidado de nuestra fe. En este proceso han sido muy importantes el diálogo ecuménico, un mayor intercambio espiritual con el oriente cristiano y la renovación carismática. En la experiencia orante de muchos católicos o de nuevas familias religiosas, por ejemplo, hoy tienen un lugar de relieve los iconos con su modo tan vivo de expresar el misterio del Espíritu.
Este domingo les propongo unas palabras de Ignacio IV Akim, patriarca ortodoxo de Antioquía, sede del apóstol Pedro antes de llegar a Roma. Son palabras muy bellas y profundas. Valen para todos los cristianos, a la vez que nos invitan a meditar más a fondo sobre el lugar del Espíritu en nuestra vida cristiana:
“Sin el Espíritu Santo: Dios está lejos, Cristo queda en el pasado, el Evangelio es letra muerta, la Iglesia es una simple organización, la autoridad un dominio, la misión propaganda, el culto una simple evocación y la conducta cristiana una moral de esclavos.
Pero con el Espíritu Santo, es una unión de fuerzas indisoluble, el cosmos está agitado y gime en el alumbramiento del Reino, el hombre lucha contra la carne, Cristo resucitado está junto a nosotros, el Evangelio aparece como poder de vida, la Iglesia significa comunión trinitaria, la autoridad se trasforma en servicio liberador, la misión es nuevo Pentecostés, la liturgia es memorial y anticipación, el actuar humano queda divinizado.”
La misión del Espíritu Santo es, en definitiva, hacer actual la experiencia de Cristo. Así lo formula el Catecismo de la Iglesia: “El Espíritu Santo prepara a los hombres, los previene por su gracia, para atraerlos hacia Cristo. Les manifiesta al Señor resucitado, les recuerda su palabra y abre su mente para entender su Muerte y su Resurrección. Les hace presente el misterio de Cristo, sobre todo en la Eucaristía para reconciliarlos, para conducirlos a la comunión con Dios, para que den «mucho fruto» (Jn 15, 5. 8. 16).” (Catecismo 737).
El tiempo de vacaciones que hemos iniciado es un momento privilegiado para volver a las fuentes del Espíritu. Contar con un tiempo relativamente prolongado de descanso es un gran avance de la civilización, del que no es ajeno el humanismo cristiano. El ser humano es más que su trabajo y sus logros. La persona es “espíritu” abierto a la acción del Espíritu de Dios.
El descanso, una buena lectura, el compartir con amigos y la familia, la belleza de un paisaje, visitar un monasterio (¿por qué no?), un tiempo más tranquilo para orar y participar de la liturgia, un buen retiro, etc. pueden ser ocasión propicia para volver a sentir la presencia del Espíritu que hace nuevas todas las cosas. Y, así, recuperar humanidad.
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