¡Año nuevo, vida nueva!

Distintas tradiciones espirituales cristianas transmiten el siguiente dicho: “Non coerceri máximo contineri tamen a minimo divinum est”. Podría traducirse así: “Cosa divina es no estar ceñido por lo más grande y, sin embargo, estar contenido entero en lo más pequeño”. Dejando la traducción y avanzando en el sentido de la frase, podríamos expresarlo así: Dios se siente más a gusto en lo pequeño que en lo más grande. Eso es, precisamente, lo propio del Dios cristiano.

Pensando en el año que terminamos y en el que se abre, creo que volver sobre este sabio principio puede ser de gran ayuda. Va de la mano con otro principio espiritual cristiano: la amistad con Dios humaniza al hombre, su cercanía potencia la condición humana.

Esa es la experiencia cristiana, lo que celebra la Navidad: Dios se ha hecho hombre, ha nacido de una mujer y se ha mostrado en la vulnerabilidad de un niño, de una familia pobre, excluida y perseguida. El Papa Francisco, en esta Jornada por la Paz de este 1º de enero, ha llamado la atención sobre la suerte de inmigrantes y refugiados. En Jesús, María y José que huyen a Egipto, el Santo Padre ve reflejado el camino de exilio forzado que hoy eligen, a pesar suyo, tantas familias del mundo empujadas por distintas formas de violencia.

A Dios le atrae la pequeñez. No le asusta la vulnerabilidad humana. Eso significa, al menos para la experiencia espiritual del cristiano, que es bueno reconciliarse con todo lo que de límite y vulnerabilidad hay en nosotros. Más que alejarnos de Dios, el límite nos acerca a Él. Pero también a mirar con otros ojos – los ojos de Dios – la fragilidad que nos rodea. Y que esa mirada se traduzca en cercanía, en amistad que tiende la mano.

Para el año que termina, tal vez sea bueno repasar qué situaciones límites nos han puesto a prueba y cómo hemos reaccionado ante ellas. Puede ser hora de intentar una mirada espiritual distinta, más cercana al modo como Dios mira la fragilidad humana, la acoge y la sana. Para el año que empieza, tal vez podamos reavivar nuestra capacidad de amistad, tanto a nivel personal como social, para aprender a mirarnos y a tratarnos de otra manera.

No solo nuestros vínculos necesitan mejorar su calidad humana. También el ambiente, la creación, nuestro mismo hábitat está reclamando un cambio espiritual, una nueva cultura, una nueva forma de convivencia. La lógica del consumo nos está dejando vacíos, aunque con montañas de basura y desperdicios. Tal vez aquí también nosotros podamos ensayar otro principio de sabiduría espiritual: menos, es más. Menos posesivos, más y mejores personas.

Los que creemos en Jesús, contemplamos en Él al Dios que se ha hecho vulnerable y cercano para humanizarnos. Así nos salva y nos redime. Ese puede ser el sentido genuino del deseo: ¡año nuevo, vida nueva! Es Jesús el que nos ofrece la verdadera novedad de vida.

¡Muy feliz año para todos!