Un niño nos ha nacido…

WhatsApp Image 2017-12-20 at 14.19.33

“El pueblo que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz…” (Is 9, 1ss)

Cada año, en la noche de Navidad, volvemos a escuchar esta profecía de Isaías.

Son palabras poderosas, fuertes, implacables.

Mucho más las imágenes que usa: la luz que vence la oscuridad que atemoriza; el gozo al finalizar la cosecha; el yugo, la barra y el palo que visibilizan la opresión injusta; botas de guerra y túnicas ensangrentadas presa de las llamas, porque la guerra ha sido vencida por la paz.

Y, en el centro de todo, como razón última de la alegría que no se puede contener: un niño que, como todo niño que viene a este mundo, es un don, un regalo, una bendición.

Y, así, nuevamente, se dispara la esperanza de alcanzar – ¡por fin! – la anhelada paz y la siempre demorada justicia.

Cada año la volvemos a escuchar, y cada año captura nuestro corazón.

Aunque, hay momentos, en que esas palabras y esas imágenes se vuelven de una actualidad hiriente.

Les confieso que, en estos días, no he podido dejar de pensar, de rezar y de tratar de comprender a nuestra patria Argentina, a quienes somos sus habitantes, su pueblo, a lo que intentan sus dirigentes, a lo que busca la misma Iglesia…

Les confieso también que, en los días pasados, he sentido miedo. No tanto por mí. Sino por el futuro, por lo que le estamos dejando a las nuevas generaciones de argentinos. Los que ya están creciendo y los que están por venir.

¿Por qué no aprendemos de nuestros yerros? ¿No hemos tenido ya demasiadas lágrimas? ¿Por qué esa pasión autodestructiva que nos hace patinar, una y otra vez, en el mismo sitio?

¡Cuántos odios nos habitan! ¡Cuánta irracionalidad que enceguece y embrutece! ¡Cuánto orgullo y soberbia!

¿Qué nos pasa? ¿Por qué no podemos desatar los nudos de nuestros fracasos?

Es en este contexto que la profecía de Isaías, escuchada mientras contemplamos al Niño en el pesebre, despierta en el corazón inquietudes, esperanzas y deseos. ¡Ojalá que también reavive en nosotros la energía espiritual y ética que necesitamos para construir una convivencia más humana entre nosotros!

Hermanos y hermanas:

Lo sabemos bien. Esa profecía se ha cumplido. No tenemos motivos para dejarnos ganar por la tristeza.

Nos ha sido dado un niño. Ha nacido, pobre entre los pobres, como luz que ilumina, paz que apacigua los corazones y doblega las armas, tanto como el orgullo y la soberbia.

Ese niño es Jesús, nuestro Salvador.

Es Dios con nosotros.

¿Qué nos trae ese Niño? ¿Qué nos da?

A Dios. Al Dios amor, ternura y misericordia. Al Dios compasión. Al Dios, uno y trino.

Nada más y nada menos.

Sí, hermanos: a DIOS.

Papa Noel no existe. En todo caso es una figura decorativa e inocua.

Pero Jesús, el hijo de María, está clavado en la historia, partiéndola en dos.

Es real. Está vivo y actúa profundamente en la historia.

Trae a Dios al mundo y, con eso, cambia todo.

¿Y cómo trae a Dios a la tierra?

Repasemos con el corazón el relato evangélico apenas escuchado.

En medio de la noche, en la pobreza más extrema: aquella que no es solo la carencia, sino exclusión deliberada. Allí y así Dios entra al mundo, abriendo una posibilidad inesperada a la paz.

Siempre el corazón humano va a mostrarse obstinado y terco.

Nadie escapa al peso del egoísmo como consecuencia del pecado.

Siempre estaremos enfrentando los temores que despiertan nuestras noches.

Solo que – y ¡vaya con la diferencia! – Dios ha hecho brillar su luz en medio de las tinieblas.

Abrámonos a esa luz. Recibámosla con corazón de niño. Como los humildes pastores.

Que esa luz nos ilumine, desarmándonos de toda soberbia.

No tengamos miedo a reconocernos vulnerables, porque así le hacemos cabida al Dios Niño.

¡Muy feliz Navidad!