Sensación extraña. Anoche, a las 12:04 (o, a esa hora miré el reloj) recibí el primer saludo por mi cumpleaños. Pensé: ¡Claro. Es cierto: 54 años! Recé un Ave María de acción de gracias.
Pero tenía la mente en otra cosa. Estaba siguiendo el debate en el Congreso. Ahí mismo me di cuenta de que tenía que apagar todo y dormir.
Sí. Tengo una sensación extraña, tanto como lo es la vida misma. Gratitud inmensa porque me reconozco un hombre bendecido por Dios. Pero también tengo el corazón arrugado. A los 54 años un hombre debe aceptar, con libertad creciente y una dosis de buen humor, que ese continuum nunca acabado de vivencias es justamente la vida.
La ley aprobada por Diputados me deja una gran incomodidad interior. Sumado a la mezcla de dolor y rabia por lo vivido en horas pasadas. La imagen de la siembra de piedras en las veredas adyacentes del Congreso es un icono muy revelador.
¿Sembramos piedras en Argentina?
Aquí, en la Pampa gringa, los campos dorados de trigo te dejan sin aliento. Nunca los había visto así desde mi llegada, hace cuatro años. Vengo de un desierto… Imposible no pensar en la parábola del Sembrador… o en la Eucaristía… o que la vida es un don para celebrar…
¿Por qué sembramos piedras en el asfalto?
Las sociedades modernas tienen en sus agendas – como urgencia ineludible – la cuestión del trabajo y, por ende, la situación de los que ya no trabajan. El imparable desarrollo tecnológico está desafiando las mejores energía de todos los humanismos. En todos lados, cualquier modificación de leyes, derechos o prácticas suscita innumerables reacciones. ¿Podría ser de otro modo? Hay que discutir a fondo pero sin dogmatismos estas cuestiones en las que se juega la humanidad de nuestras sociedades, mucho más que la viabilidad del mercado. El trabajo es el eje y núcleo de la cuestión social.
La incomodidad que me deja la ley es doble: por las consecuencias que tendrá para la vida de los jubilados argentinos, especialmente para los que sobreviven con la mínima; pero también por las consecuencias que tendrá para nuestra vida democrática.
Se propuso el camino de consensos básicos. Se buscaron acuerdos. Sin embargo, creo que, dada la magnitud de las reformas emprendidas (quedan en danza reformas laborales, tributarias y fiscales), el espectro de “acordantes” debería haber sido más amplio. Tampoco entendí demasiado la prisa por sacar todo ahora. Claro que hay cosas que no pueden esperar.
Días pasados escribí acerca de la política como arte de lo posible. Un país que arrastra tantas distorsiones en todas las facetas de su vida (de la economía a la educación) no puede recuperarse sin un conjunto de acuerdos que diseñen hacia dónde queremos ir, qué y quiénes tenemos que hacer los mayores sacrificios y con qué actitudes vamos a darle mística a nuestro camino común como sociedad.
Argentina necesita la política y a los políticos, porque a ella y a ellos les cabe la conducción de todo proceso de diálogo, consenso y acuerdos.
Alguien me decía el otro día en Twitter: hablan del bien común, hablen del bien común.
Sí, es verdad: la acción política no agota la gestión del bien común. Eso lo tenemos que hacer todos: ciudadanos, sociedad, organizaciones, dirigentes. Pero a la política le toca gestionar los marcos que hacen posible que todos confluyamos, incluso en nuestras divergencias, en esa meta nunca lograda del todo que es el bien común o el interés de todos.
Sin política terminamos a las piedras.
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