
Carlos Franzini fue por casi trece años obispo de Rafaela, antes de ser trasladado a Mendoza. El actual obispo, Luis Fernández, me pidió que hiciera la homilía en la Misa de este lunes, vísperas de Nuestra Señora de Guadalupe, patrona de la diócesis. En esta Eucaristía se hizo especial memoria del obispo Franzini.
Comparto con ustedes estas reflexiones que recogen, en buena medida, lo que he vivido en estos días.
Homilía en la Catedral de Rafaela – 11 de diciembre de 2017
Este sábado participé de la Misa de exequias de Carlos Franzini en la catedral de Mendoza.
Me había tocado recibirlo cuando asumió como arzobispo. No podía faltar ahora.
Como se podrán imaginar, la celebración fue muy intensa. Realmente signo y expresión de la fe que celebra la Pascua de Cristo en la muerte de un hermano que es además pastor.
Lo podría resumir así: amor dolido, cariño herido, fe y esperanza probadas.
Somos discípulos de Jesús. Somos hombres y mujeres de fe.
Sabemos bien que esas vivencias tienen que ser vividas a fondo para poder saborear, en ellas y a través de ellas, la Presencia del Señor.
Esta tarde y aquí, nosotros también expresamos en esta santa Eucaristía estos sentimientos y vivencias.
* * *
El evangelio que acabamos de escuchar nos puede ayudar a leer en la fe lo que estamos viviendo.
Pienso que, desde que supimos de su dolencia, nosotros hemos sido como estos hombres que han llevado delante del Señor al amigo enfermo.
Hemos tenido esa audacia que brota del amor y de la confianza en el poder que actúa en el Señor.
Cuando terminó el Encuentro Nacional de Sacerdotes de Brochero, yo mismo pasé una tarde en la casa donde murió el Cura rezando por Carlos.
Queridos amigos: el Señor nos ha escuchado. Brochero ha rezado también por nuestro amigo Carlos. La Purísima lo vino a buscar el 8 de diciembre – su fiesta – y lo encontró con el Rosario en las manos.
¿Quiso ahorrarle el Señor el sufrimiento que se preveía? Es posible. La delicadeza de Dios tiene mil caminos, siempre muy creativos, para acariciar nuestras luchas.
Y no es extraño que estas intervenciones tengan el sello de la mujer que intercedió en Caná y que estuvo al pie de la cruz.
Sin embargo, no podemos quedarnos solo aquí. Muchos hemos hecho esa lectura, que no deja de ser atinada. Pero necesitamos ir más adentro. La fe en Cristo nos hace intuir que hay más.
* * *
Comparto con ustedes algunas vivencias de estos días que tal vez nos ayuden a mirar más a fondo.
Dos palabras de Jesús me dan vueltas por el corazón, desde el momento que supe su muerte y, especialmente, cuando llegué a la catedral, primero a rezar en silencio y después a participar de la Eucaristía.
Las dos están tomadas del evangelio según San Juan.
La primera: “Si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo, pero si muere da mucho fruto” (Jn 12, 24).
En su sentida homilía, Dante Braida, el obispo auxiliar, dijo lo mismo con otras palabras: Carlos ha vivido, sobre todo en estos últimos meses, un genuino proceso de “despojo”.
Con esta palabra entramos en una “zona de riesgo” de la experiencia cristiana. Riesgo porque se puede deformar la vivencia del seguimiento de Cristo, transformándolo en un voluntarismo que, poco a poco, quita vitalidad y ensombrece todo.
Pero “riesgo” puede significar aquí un alto grado de conciencia y de libertad. La persona – como el mismo Jesús ante su pasión – comienza a comprender hacia donde lo lleva la dinámica de los acontecimientos y, con una decisión exquisitamente libre y personal, decide entrar en la prueba, asumir el riesgo, entregarse activamente y dejarse llevar.
Es lo que vivió Carlos, según todos los testimonios que hemos podido escuchar: se arriesgó al despojo que lo llevo desnudo delante del Señor.
Después de la Misa, el párroco de la catedral nos ofreció un refrigerio a la docena de obispos que participamos de la celebración. Fue también un momento intenso de fe. El silencio inicial fue roto porque empezamos a relatar – y a escucharnos – algunas vivencias compartidas en estos últimos meses con Carlos. Dante Braida nos contó lo que había podido observar del camino interior de Carlos en la prueba.
Oscar Ojea nos relató que, cuando fue a visitarlo durante su convalecencia, Carlos le habló con entusiasmo y convicción de la luz que recibía de aquella carta de Brochero viejo y ciego a su condiscípulo el obispo Yañiz (la del caballo “chesche” que se murió galopando).
Oscar concluyó diciendo que, de vuelta a casa, había buscado y releído esas líneas de alta espiritualidad cristiana y sacerdotal de un cura preparándose para el encuentro definitivo con el Señor, pero viviendo con plena lucidez la purificación de su vida en acto.
La segunda palabra necesita de una historia personal.
Cuando estaba rezando en la catedral, me vino a la memoria que treinta y seis años atrás, otro obispo de Mendoza – el santafesino Olimpo Santiago Maresma – era despedido de la misma manera. Su también muerte imprevista, mientras se organizaba el Congreso Mariano, acontecía en medio de la profunda crisis eclesial que siguió al Concilio y que ha marcado hasta ahora a la Iglesia diocesana de Mendoza. Al arzobispo Maresma le cupo en suerte sufrirla en su propia carne. ¿Podía ser de otra manera? ¿Puede salir indemne un pastor de lo que vive y padece el rebaño?
Yo tenía entonces quince años y asistí a esa Misa. Recuerdo muy bien – y solo recuerdo eso – las palabras del cardenal Primatesta: “Ustedes son mendocinos. Van a entender bien lo que les diga: la vid ha sido podada. Dará fruto”.
Esa es la palabra de Jesús que me ha traído luz: “Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. Él corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía” (Jn 15, 1-2).
Mirando las cosas en perspectiva, tanto de la vida de Carlos como de la Iglesia diocesana de Mendoza que, hoy por hoy, vive también pruebas muy fuertes que impactaron en su sensible corazón de pastor, pienso que esta palabra es particularmente luminosa.
Jesús lo dice para hablar de sí mismo y la pasión que está a punto de cumplir. Nosotros podemos aplicársela a nuestro amigo Carlos, sabiendo que la dinámica propia del bautismo y la ordenación es una creciente identificación del discípulo con el Maestro y, sobre todo, con su Pascua.
También en nosotros se está cumpliendo esta obra transformadora. Eso sí: cada uno tiene la tarea de discernir qué está haciendo el Espíritu en la propia biografía espiritual, porque el territorio en el que trabaja es nuestra libertad, siempre provocada a secundar su labor.
Muerte, purificación, despojo.
Esas palabras expresan un aspecto del proceso. Pero sabemos bien hacia dónde conducen: al cumplimiento definitivo de la mejor promesa que el Señor nos ha hecho. De nuevo es Juan el que nos da palabras para decirlo: “El que quiera servirme que me siga, y dónde yo esté, estará ahora mi servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi Padre” (Jn 12, 26).
* * *
Permítanme una última reflexión. Es una palabra que me digo a mí mismo, como pastor, y que quisiera compartir con el hermano Luis y los curas aquí presentes. Queridos laicos y consagrados: ustedes comprenderán.
Carlos – lo sabemos bien – dedicó su ministerio, de manera particular, al servicio de la pastoral sacerdotal. Fue pastor de pastores.
¿Cómo pastoreamos realmente la Iglesia de Dios?
No es una pregunta sobre la calidad moral de nuestro pastoreo, sino sobre su dimensión profundamente mística.
El ministerio pastoral de los obispos, presbíteros y diáconos es, por encima de todo, un ministerio del Espíritu. Y esto en el doble sentido, de ser hombres que nos dejamos conducir por el Espíritu, para comunicar el Espíritu y para secundar su obra en personas, comunidades y situaciones de vida.
Jean Guitton cuenta una experiencia muy fuerte con Pablo VI. En uno de sus encuentros, y cuando arreciaba la crisis del posconcilio, el Papa Montini interrumpe abruptamente el diálogo con su interlocutor con una inquietud: Me estoy preguntando porqué Cristo ha querido que sea su Vicario. Qué quiere de mí. Por qué me ha puesto al frente de su Iglesia. Guitton quedó mudo. Y este grande y santo Papa se responde a sí mismo: Cristo quiere que esté, crucificado con Él, en la cruz.
Otra vez, la zona de riesgo. Pero es ineludible. En algún momento de nuestro itinerario espiritual como pastores vamos a ser convocados a ese despojo. ¿Es Dios real para mí? ¿Realmente me he entregado a Jesús, a su Evangelio y a la gracia de la misión de apacentar su rebaño?
La única condición que Jesús le puso a Pedro para confiarle su rebaño fue el amor, consciente de la propia fragilidad y, por eso, abierto y disponible.
Carlos ya lo ha vivido. Nos duele su partida, pero también nos edifica el modo como ha coronado su vida.
Querido Carlos: terminó el Adviento para vos. A nosotros nos queda seguir caminando.
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