Saludo a los catequistas de la diócesis

San Francisco, 5 de diciembre de 2017

A los catequistas de la diócesis de San Francisco.

Queridos amigos… y “colegas” en el anuncio del Evangelio:

El pasado sábado 2 de diciembre concluyeron las Confirmaciones 2017. Ese día, en Sacanta, confirmé a seis adultos. Cansado pero contento, le doy gracias a Dios por este renovado paso del Espíritu y por permitirnos ser instrumentos de su gracia.

A medida que íbamos completando las fechas previstas en las treinta parroquias de la diócesis, crecía en mí la percepción del significado de la misión de ustedes en nuestras comunidades. No que no lo supiera o no lo hubiera visto antes. Me animo a decir que el Señor me ha permitido “sentirlos” en mi corazón con más intensidad que antes. A veces nos pasa así: cosas que sabemos desde siempre se vuelven más vivas, nítidas y uno termina diciendo: “¿por qué no me di cuenta antes? Es algo estupendo. Es don de Dios”.

Me parece que, en todo esto, juegan un papel importante los encuentros que tenemos durante las Visitas pastorales. Yo los aprecio mucho, porque me dan la oportunidad de escucharlos y de entrar un poco más adentro en la experiencia de quienes anuncian el Evangelio como ustedes lo hacen: mano a mano, en contacto directo con las personas, sus diferentes situaciones de vida, con tantas ilusiones, dolores y expectativas.

Es verdad que, en esos encuentros, suele destacarse la dificultad más común que hoy tenemos: estamos ayudando a crecer en la fe a niños, adolescentes y adultos que, normalmente, después de recibir los sacramentos no siguen participando de la vida de nuestras comunidades.

De manera especial nos duele que no perseveren en la Eucaristía dominical. No se nos ocurre juzgar que no viven los valores cristianos o que no les quede nada de lo que les ofrecemos. Pero… ¡no participar de la Eucaristía de Jesús! ¡Con lo que ella significa para nosotros! Siempre me acuerdo de lo que cuentan de San Francisco que recorría las calles de Asís gritando: “¡El Amor no es amado! ¡El Amor no es amado!”.

Precisamente esto es lo que ha hecho pensar. Y darle gracias a Dios por ustedes y su pasión evangelizadora.

Meditando el evangelio de hoy (Lc 10, 21-24), se me ha ocurrido tomar prestadas unas palabras de Jesús y, con ellas, componer esta bienaventuranza dirigida a ustedes. Suena así:

Bienaventurados ustedes, catequistas.

Bienaventurados sus ojos porque ven lo que ustedes han visto.

¿Qué han visto con los ojos de la fe? A Jesús, el Señor, nuestra Esperanza.

Bienaventurados sus oídos porque oyen lo que ustedes han oído.

¿Qué han oído? El anuncio más formidable: Dios resucitó a Jesús, confirmó que era verdad lo que él predicaba: que Dios es Padre, que ama con amor incondicional a todos, pero se conmueve con el sufrimiento de sus hijos más pequeños.

Bienaventurados sus labios porque anuncian lo que ustedes han anunciado.

¿Qué proclaman sus labios? El Evangelio del amor, la misericordia y la compasión de Dios, cuyo rostro viviente es Jesucristo. El Espíritu pone palabras en los labios para dar cauce a la alegría que colma el corazón.

Queridos hermanos y hermanas catequistas: gracias por el servicio a la fe que ustedes cumplen, con perseverancia, creatividad y pasión en nuestras comunidades. Siéntanse reconocidos y animados a seguir caminando.

En el clima de alegre esperanza de este Adviento, y a punto de comenzar el Año Mariano Diocesano, que la mirada tierna de María (la mejor catequista de la Iglesia) nos anime a seguir transitando los caminos de la fe.

¡Somos, con ella y como ella, discípulos misioneros de Jesús!

Su obispo,

+ Sergio O. Buenanueva