Este sábado ha sido beatificada en Córdoba Catalina de María Rodríguez. Nacida en la capital de nuestra provincia, en los turbulentos años veinte del siglo XIX, fue bautizada por sus padres con el nombre de Josefa Saturnina.
Como le ocurriera a su contemporáneo José Gabriel Brochero, desde muy jovencita tuvo la fuerte experiencia de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio dictados por los padres jesuitas. También como Brochero, este encuentro con Cristo despertaría en ella inquietudes y energías espirituales que marcarían para siempre su vida y las de muchos otros.
Saturnina sintió, a muy temprana edad, la llamada a consagrarse a Cristo por entero. Las dos congregaciones femeninas por entonces existentes en Córdoba – dominicas y carmelitas – no terminaban de expresar lo que ella sentía. Tendrá que hacer un largo camino de vida para clarificar esa llamada. La espera valdría la pena.
Casada con un militar viudo con dos hijos del matrimonio anterior, vivió su vida conyugal y familiar con entera dedicación. Dio a luz a una niña que, sin embargo, murió al nacer.
Al morir su marido, Saturnina sintió renacer la llamada del Señor. Fue mientras iba de camino hacia un momento de oración eucarística en la iglesia de las Catalinas de la ciudad de Córdoba.
Experimentó que Jesús la llamaba a reunir a otras mujeres como ella que, imitando el modo de vida apostólico de los jesuitas, se dedicaran a la predicación del Evangelio, la catequesis y, de manera especial, a brindar educación a las mujeres más pobres de la ciudad. Fue así como nació la primera congregación femenina de vida apostólica de Argentina: las Esclavas del Sagrado Corazón.
Había recorrido un largo camino personal. No que su vocación hubiera quedado latente a la espera del tiempo propicio para ser realizada. La Providencia no obra así. Ese largo camino había sido necesario para que Saturnina comprendiera en qué situación de marginalidad estaban las mujeres pobres de Córdoba. Su rica sensibilidad espiritual y humana había alcanzado un notable grado de madurez. Ahora sí, fogueada por su propia experiencia, podía ofrecer todo su potencial para la misión que Dios le tenía reservada.
Y, como ocurre cuando se acierta en el camino de la vida, misión e identidad personal llegarían a ser una sola cosa.
Cuando todavía estaban poniendo en marcha esta nueva y original familia religiosa, Madre Catalina recibió el pedido de un cura de Traslasierra a emprender la aventura de fundar en la Villa del Tránsito una casa religiosa. Su tarea tendría que ser la educación de las niñas más pobres de la zona y colaborar con la Casa de Ejercicios del lugar. ¿El nombre del cura? José Gabriel del Rosario Brochero.
Todavía hoy, las hermanas Esclavas tienen a su cargo la Casa de Ejercicios y ellas mismas ofrecen este servicio de encuentro con Cristo a numerosos ejercitantes que buscan luz para sus vidas.
El modelo de santidad que la Iglesia reconoce en Catalina, como lo hiciera ya con Brochero y con la otra beata cordobesa de la época, Madre Tránsito Cabanillas, une en la misma experiencia la fuerte unión con Cristo y el servicio a los más pobres. En el caso de Madre Catalina, la dignificación de la mujer a través de la educación.
En un momento de grandes tensiones políticas, sociales y culturales, cuando se estaban poniendo los fundamentos de la Argentina moderna, Córdoba vivía una verdadera ebullición de santidad. Ya Jesús había dicho que el reino de Dios es como un poco de levadura que se pone en la masa o una pequeña semilla que, sembrada en la tierra, da los mejores frutos. Tenemos que meditarlo. Dios sigue obrando hoy como lo hizo entonces.