«La Voz de San Justo», domingo 29 de octubre de 2017
“Creo en Jesucristo… que… padeció bajo Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso”.
Ya lo dijimos: cada una de las frases del Credo está tomada de la Biblia. También estas. Como ocurre con los evangelios que lo inspiran, el Credo le otorga una clara preeminencia a esta secuencia de acontecimientos que constituyen el misterio pascual de Cristo.
Misterio pascual. Expliquemos brevemente estas dos palabras. Cuando hablamos de “misterio”, no queremos decir un enigma oscuro que necesita ser esclarecido. Indica, más bien, el plan divino de salvación que se ha manifestado plenamente en Jesús. Por su parte, la palabra “pascua” indica un paso: de la muerte a la vida, o también, el paso de Dios que salva.
En el misterio pascual de Cristo, la historia de la salvación ha alcanzado su punto álgido. En la muerte y resurrección de Cristo, Dios se ha manifestado plenamente a la humanidad. Y lo ha hecho, antes que, con palabras, con el gesto supremo de la entrega de su Hijo y el don de su Espíritu.
A partir de este domingo, nuestras reflexiones se van a centrar en la culminación del misterio pascual: la glorificación de Jesús, que el Credo indica con las expresiones: resucitó al tercer día, subió a los cielos y está sentado a la derecha del Padre.
Hoy nos vamos a centrar en la fórmula: “resucitó al tercer día”. Digamos brevemente que, el verbo “resucitar”, originalmente, significa: “despertarse del sueño” o, también, “ponerse de pie”. Se trata de una metáfora: el morir es como entrar en un profundo sueño que no tiene despertar. Los relatos evangélicos nos dicen que Dios Padre no dejó a su Hijo en poder de la muerte: lo “despertó” y lo “puso de pie”.
¿Qué quiere decir la referencia a los “tres días”? Como los demás artículos del Credo, su significado lo encontramos en la Biblia. Leemos, por ejemplo, en el profeta Oseas: “Después de dos días nos hará revivir, al tercer día nos levantará, y viviremos en su presencia” (Os 6,2). O, también, el famoso relato de Jonás: “El Señor hizo que un gran pez se tragara a Jonás, y este permaneció en el vientre el pez tres días y tres noches” (Jn 2,1). El mismo Jesús va a utilizar esta última imagen para hablar de su resurrección: “Porque, así como Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre del pez, así estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra tres días y tres noches” (Mt 12,40).
No se trata de un dato temporal. No hay que afanarse en contar los días que hay entre el viernes santo y el domingo de pascua. Con esta expresión se quiere señalar que Dios nunca abandona al justo, no lo deja en poder de sus enemigos. Dios siempre interviene en favor de su pueblo, y da salvación. La evocación de los “tres días” es, por tanto, expresión de una esperanza de salvación.
Dios interviene en la historia concreta de las personas. Al despertar a Jesús del sueño de la muerte, Dios Padre ha metido sus manos en la historia siempre dramática de la humanidad que, tantas veces, llega a situaciones sin salida. Y lo ha hecho de manera inesperada, definitiva y original. Y, cuando todo parecía estar ya determinado por la muerte, en esa situación extrema y desesperada, el amor de Dios supo abrir una puerta de salvación.
Esa es nuestra esperanza cierta: Dios interviene, salva y resucita. Tenemos que volver sobre esta afirmación de fe.