Realmente no me decidía a escribir. Una mezcla de tristeza, pudor y temor a herir.
Por eso, comienzo diciendo que, más allá de la creencia de cada uno, sería bueno que nos descalzáramos – como Moisés ante Dios en el Sinaí – para entrar en este territorio sagrado que es el dolor de la familia de Santiago.
Pienso en sus padres, hermanos y amigos. Como soy cristiano, ese dolor entrañable evoca, para mí, el sufrimiento de Dios ante la cruz de Cristo. Se hace oración, súplica e intercesión.
Ojalá podamos encontrarnos allí, en ese terreno sagrado. Porque cuando se comparten lágrimas o se escucha respetuosamente el llanto de quienes sienten la muerte del ser querido, ese dolor compartido acerca a las personas que, tal vez por otras razones, tengan diferencias. Ese espacio sagrado se vuelve terreno común de encuentro humano.
A veces nos olvidamos de esa verdad esencial: somos seres humanos, personas. El dolor compartido nos devuelve a esa luz.
Lo segundo que quisiera expresar es que está abierto el principal camino que tiene una sociedad democrática para enfrentar situaciones como estas: el accionar decidido, firme y lo más rápido posible de la justicia.
Puedo equivocarme, porque soy un simple ciudadano que apenas sobrevive en un mar de informaciones, dimes y diretes, pero las palabras del juez Gustavo Lleral de anoche al concluir la autopsia, me devolvieron un poco de esperanza. Hay un camino abierto para saber la verdad y hacer justicia.
Los tiempos de la justicia nos imponen a todos los ciudadanos un ejercicio de paciencia. Esa virtud es fundamental para construir sólidamente una sociedad que necesita aprender a convivir de otra manera. Los atajos, especialmente si están subordinados a intereses mezquinos, después nos pierden a todos, especialmente a los más vulnerables.
Claro. Después tendremos que ayudarnos a hacer todas las lecturas que sean necesarias para comprender qué pasó y qué nos pasó con todo esto. A ver si es posible algún aprendizaje que nos permita dar un salto de calidad en nuestra como pueblo. ¿O será una utopía dejar de pensar que tenemos que escribir nuestra historia como pueblo con muertos, desaparecidos, ultrajados y con el llanto de tantas madres y padres?
Este fin de semana, sin tener en cuenta todo esto, había preparado una meditación sobre el artículo del Credo que, cada domingo, no hace confesar: “Creo en Jesucristo… que descendió a los infiernos”. Una antigua homilía que leemos cada Sábado Santo relata el encuentro de Cristo resucitado con todos los que han sido llevados al reino de la muerte. El autor pone en labios de Jesucristo esta invitación dirigida a Adán: “Levántate, vayámonos de aquí”. El Evangelio es eso: el anuncio de que Dios siempre empuja por la vida y hacia la vida.
Mi oración por Santiago, por sus papás, hermanos y amigos. Y por Argentina.