El sacerdocio no es una profesión liberal

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Cristo y el joven rico que se fue triste

El sacerdocio católico no es una profesión liberal.

No es mi libertad su origen: yo elijo cómo, cuándo y hasta cuándo soy cura.

Eso es una deformación del espíritu del sacerdocio. Una deformación burguesa.

Todo lo contrario.

ME ELIGEN. SOY ELEGIDO para ser pastor del pueblo.

Es Dios el que me llama y me envía porque ama a SU pueblo. Como le pasó a Moisés, un ilustre antecesor bíblico de toda vocación al ministerio pastoral.

Porque Dios ve la opresión y el sufrimiento de su pueblo, es que busca a quien contagiarle esa pasión de amor.

En cada vocación y en cada ordenación, ese amor del Dios-esposo por su pueblo-esposa empieza a tomar, desde dentro, el corazón de un hombre frágil.

Por eso, es muy bueno y lógico que, cuando un muchacho empieza a sentir las cosquillas de la vocación al sacerdocio (célibe, para colmo), sienta una muy sana indignación: ¿Por qué me jodés la vida a mí? Yo ya tengo un proyecto de vida, o, como hoy es más común, no tengo ningún proyecto porque quiero ser libre. ¿Qué haré de mi vida? Eso lo decido yo. O no lo decido…

En ocasiones, ese AMOR apasionado de Dios por su pueblo vence las resistencias. Y se pone en marcha una historia de libertad. O, mejor: de libertades que se buscan, se encuentran y una (la de Dios) potencia y libera a la otra (la del hombre que se hace cura).

Otras, hoy tal vez las más de las veces, ese AMOR queda ahí, inerme, desoído y olvidado. Pero es un amor sin rencores ni segundas intenciones. Siempre ofrece vida y libertad. También a quien, tal vez por un comprensible temor, lo rechaza o desoye. Como intuyó el profeta: Dios no es mezquino, como lo somos nosotros. El es el Santo, el que siempre ama y abre nuevas posibilidades.

Cuando los curas atravesamos horas oscuras – las que sean: también por nuestros pecados – podemos acudir al Crucificado, o al Sagrario, o la Palabra, o a María.

Abrimos el alma herida, sangrante y lagrimeante. Sin tapujos ni falsos pudores (eso se aprende con el paso del tiempo). Y nos desahogamos.

¿Qué escuchamos entonces? Normalmente algo así:

– Está bien. Te entiendo, mejor de lo que creés. Ahora levantate y seguí caminando (como le dije un día a Elías). ¿Sabés por qué estás donde estás? Por que amo a mi pueblo, mi rebaño, la comunidad que he reunido con mi Sangre. Vos sos signo humanísimo de ese amor de un Dios loco de amor por su pueblo. Y, como el mismo Pablo escuchó un día, agobiado por el peso de propia fragilidad: «Te basta mi gracia (la vocación-misión que te dí), porque mi poder triunfa en la debilidad.

Y, lo más decisivo: YO ESTOY CON VOS, caminamos juntos… ¿Ya te olvidaste?

Si el sacerdocio fuera una profesión liberal sería muy aburrido

PS: Escrito en horas de la madrugada, cuando ha sido difícil conciliar el sueño y, tal vez por eso, el alma agitada se hace más sensible a la verdad que nos habita. Esto iba a ser un Tuit…