“Estimados, la pregunta que debe urgirnos por dentro… es esta: ¿Qué tipo de cura deseo ser? ¿Un “cura de salón”, uno tranquilo y bien organizado, o más bien un discípulo misionero que tiene el corazón en ascuas por el Maestro y por el Pueblo de Dios? ¿Uno que se instala en el propio bienestar o un discípulo en camino? ¿Un tibio que prefiere vivir tranquilo o un profeta que despierta en el corazón del hombre el deseo de Dios?”.
Más de 250 obispos, sacerdotes, consagrados y laicos escuchamos estas preguntas del Papa Francisco durante la audiencia con la que concluyeron los tres intensos días que duró el Congreso organizado por la Congregación del Clero, dedicado a conocer mejor la nueva Ratio fundamentalis, destinada a reorientar la formación de los futuros pastores de la Iglesia en todo el mundo.
Los tiempos de la Iglesia ponen a prueba nuestra ansiedad. No siempre esto resulta negativo. No lo es en este caso. En esta nueva Ratio maduran las semillas sembradas por el Concilio Vaticano II (1962-1965) y fecundadas por la carta magna de la formación sacerdotal, la Exhortación Pastores dabo vobis de San Juan Pablo II (1992). El fruto ha sido la vigorosa experiencia de la Iglesia de estos años, por momentos difíciles y traumáticos, que ha estado aprendiendo con pasión lo que significa formar un cura.
El aprendizaje tal vez más significativo de este proceso eclesial es el que refleja la pregunta de fondo que formula el Papa, y que es la que ha dado unidad a todas las intervenciones y diálogos del Congreso: ¿Qué tipo de cura deseo ser?
La formación sacerdotal dura toda la vida. Es más, tal vez, su etapa más decisiva comienza con la ordenación sacerdotal y esa nueva existencia que la efusión del Espíritu pone en marcha en la vida del nuevo cura, con la imposición de las manos.
Es la experiencia que todos, con mayor o menor consciencia, hemos tenido: terminás realmente de saber qué significa ser cura, ser célibe y pastor del pueblo cuando la ordenación te mete en lo vivo del ministerio, bajo la guía del obispo, en comunión con tus hermanos copresbíteros y en la rica interacción con el Pueblo de Dios y con todos los que Dios va poniendo en tu camino. Ahí se aprende a ser existencialmente lo que se ha recibido como don en la ordenación sacerdotal (y episcopal).
El tiempo del Seminario es, en este marco más amplio y completo, la fase inicial de un proceso formativo que se prolonga a lo largo de la vida. El protagonista fundamental es el Espíritu que toca el corazón del hombre sacerdote. De ahí que la pregunta esté formulada en primera persona del singular: ¿Qué tipo de cura quiero ser?
Con otras palabras, era la pregunta que el cardenal Martini hacía a los seminaristas de Milán y que era como el eje del Proyecto Educativo de su seminario: cada día, durante el seminario o la vida ministerial, tengo que preguntarme qué significa para mí llegar a ser presbítero diocesano.
La nueva Ratio plasma el camino formativo del cura católico con una propuesta formativa estimulante y desafiante. No ha sido fruto de un trabajo de escritorio. Ha ido recogiendo, en un proceso de elaboración complejo y a varias manos, la rica experiencia de las iglesias particulares de esa vasta realidad que es la Iglesia católica.
Este es un punto también a destacar: la catolicidad de la Iglesia, experimentada hoy de una manera nueva en la multiplicidad de culturas, lenguas, estilos y acentos que componen el rostro multicolor de la Iglesia católica en el presente. Una Iglesia que se vuelve cada vez más plural, compleja y que hace lugar efectivo a las voces que llegan desde los rincones más variados de su geografía.
De esa experiencia, coordinada por la Santa Sede, ha surgido esta Ratio. Pero, lo más decisivo ahora, es que esta experiencia pone en marcha ahora un proceso eclesial también rico y desafiante: cada conferencia episcopal tendrá que rehacer la propia Ratio nationalis a partir de las orientaciones de este documento común, atenta a la originalidad y a los desafíos de cada región.
Mientras transcurría el Congreso, obviamente no he podido dejar de pensar en nuestra realidad argentina, en el camino sólido que la Organización de Seminarios (OSAR) viene realizando desde hace ya veinticinco años, en los seminarios concretos que conozco, en el interés de los obispos y en los desafíos que tenemos por delante. Entre ellos: cómo ayudar a los seminarios de nuestro país a aprovechar mejor los recursos y energías que tenemos, evitando la dispersión de esfuerzos e iniciativas formativas. En definitiva: que pasos dar en Argentina para ofrecer la mejor calidad formativa para los futuros pastores del Pueblo de Dios en nuestra variada y diversa realidad geográfica, cultural y religiosa.
En este punto, la pregunta ¿qué tipo de cura quiero ser?, en realidad, resulta el eco de la pregunta más de fondo: ¿qué cura quiere Cristo para su Iglesia en este tiempo nuevo que estamos viviendo?
Cumplida esta tarea, necesariamente pausada y sin apuros, cada seminario tendrá que formular su propio proyecto educativo para un aterrizaje más concreto de las orientaciones, fruto de un esmerado discernimiento espiritual.
Todo lo cual significa profundizar los instrumentos propios de un trabajo sinodal que permita que sean escuchadas todas las voces: las de todos los obispos, las de los formadores y comunidades educativas, las de los curas concretos y reales; sin descuidar esa voz clave que es la de todo el Pueblo de Dios que tiene derecho a ser preguntado cómo espera que sean sus pastores.
El Congreso ha sido una primera experiencia fuertemente eclesial y católica de este proceso que recién se está poniendo en marcha.
Y, como señaló el Papa Francisco al inicio de su discurso: “la formación sacerdotal depende, en primer lugar, de la acción de Dios en nuestra vida y no de nuestras actividades. Es una obra que requiere la valentía de dejarse plasmar por el Señor, para que Él transforme nuestro corazón y nuestra vida”.
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