La picardía del Señor Brochero

«La Voz de San Justo», domingo 10 de setiembre de 2017

Camino, palabra y pan. El domingo pasado, y con la ayuda de estas tres palabras tomadas del relato de Emaús, trataba de ilustrar la experiencia de la fe como encuentro con Jesucristo.

Este domingo, las mismas palabras me ayudan desentrañar la experiencia vivida en la semana. De martes a jueves, seiscientos sacerdotes y obispos argentinos nos reunimos, como cada tres años, en Villa Cura Brochero, para el VIII Encuentro Nacional de Sacerdotes. El primero después de la canonización del Santo Cura.

Comparto con ustedes algunas vivencias que todavía dan vueltas por el corazón. Me ayudan estas tres palabras, aunque en orden inverso.

Primero, el pan. Al caer la tarde de este jueves, y cuando ya la mayoría de los curas estaban de regreso a sus hogares, me fui despacito a la casa donde murió Brochero. En realidad, quería comprar algunos objetos piadosos. Ya la conversación con la señora que me atendió fue más allá del formal intercambio entre vendedor y cliente. Mientras elegía algunas medallas e imágenes, la fe compartida por ambos fue el clima para que abriéramos nuestros corazones para reconocer la profundidad de lo vivido.

Conclusión: terminé en la piecita donde murió el Cura. Recé las vísperas ayudado de mi celular. El silencio hacía aflorar y fluir la oración en la que se entremezclaban rostros, vivencias, penas y alegrías.

El ambiente está dominado por una gigantografía de la foto que muestra a Brochero yacente, revestido con los ornamentos de la Misa, en lo que fue la capilla ardiente de su velatorio. No podía dejar de sentirme atraído por esa imagen. Ahí estaba el pan sobre el que había escrito. Era Brochero, hecho pan. Como Jesucristo en la hora de su Pascua. De ese pan sabroso, recién salido del horno, habíamos podido comer esos días. El aroma de santidad de Brochero había sido – una vez más – imposible de resistir.

La “vida pobre y entregada” del Santo Cura era el pan en el que habíamos experimentado la presencia de Cristo resucitado. El pan del Evangelio. El pan criollo del amor de Jesús en la vida de un cura que no vivió para sí mismo, sino para los demás.

Esa piecita vale por una basílica. Allí Brochero, ciego y leproso, al final de su camino terreno, se hacía leer el Evangelio. Su camino, ahora más interior e íntimo que los ajetreados caminos recorridos por el apóstol, quedaba iluminado por la Palabra de Jesús que resonaba en él con una dulzura y fuerza de persuasión cada vez más fuertes. Allí, ayudado por su lazarillo, celebraba la Misa, repitiendo las palabras sagradas: “Esto, mi Cuerpo entregado… mi Sangre derramada”. Y, como ocurre con toda vida sacerdotal lograda, el sacramento se iba fundiendo y confundiendo con la propia existencia.

La Argentina de hoy es muy distinta de la que conoció Brochero. También la Iglesia y el modo de ser curas. Sin embargo, los caminos de seiscientos pastores de Argentina se entrecruzaron con el camino de este cura cordobés. Y, así, Emaús volvió a echar luz: Jesús sigue caminando con nosotros, tocando nuestros corazones con su Presencia e iluminando nuestras mentes con su Palabra.

Nos volvimos con más ganas de ser curas para nuestro pueblo. Y Brochero, contento. Muy contento. Su picardía cordobesa y serrana, potenciada por el Evangelio, nos había conquistado, como supo hacerlo con tantos y tantas que, de su mano, encontraron a Cristo en los Ejercicios espirituales.

Sí. Nos volvimos con más ganas de ser curas, pero, sobre todo, de ser mejores cristianos. Le doy gracias a Dios… y a la santa picardía del Señor Brochero.