¿Usted se ha encontrado con Cristo?

“La Voz de San Justo”, domingo 20 de agosto de 2017

Tiempo atrás vino a verme un joven no creyente. Traía muchas inquietudes sobre Dios y la fe. Quería confrontarlas conmigo. En un momento de nuestra conversación, yo dije algo más o menos así: –Soy un hombre de fe porque he tenido un encuentro con Cristo. Mi afirmación, dicha en realidad al pasar, despertó su sorpresa: –¿Cómo? ¿Usted se ha encontrado con Jesucristo?

Puede que en esta reacción haya habido algo de escepticismo y extrañeza. Pero tampoco descarto una inquietud real del joven. El que sí quedó inquieto fui yo. No he podido dejar de seguir pensando en mis propias palabras. Eso es lo bueno del diálogo a corazón abierto. Te desinstala. Mucho más si versa sobre Dios, la fe en él y su Cristo. ¿O sería mejor hablar de “éxodo” o de “pascua”?

Una frase significativa para un creyente suena distinto a los oídos de alguien que no lo es. La fe – vale la pena recordarlo – es una forma de estar parado en la vida y, por eso mismo, de experimentar la realidad. También lo es el no creer en Dios. Hay, a la base de ambas, formas distintas de vivir, sentir y comprender la vida.

Es ya célebre una frase de Benedicto XVI que Francisco repite a menudo: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Dios es amor 1). Da en el clavo.

Al meditar sobre la fe en Jesucristo en el Credo apostólico, no puedo dejar de preguntarme por esa experiencia fundante que se condensa en la expresión “encuentro”. Antes de seguir adelante con los demás artículos del Profesión de fe, quisiera detenerme en esta cuestión.

El Credo, sobre todo en esta parte centrada en Jesucristo, antes que un conjunto de ideas abstractas relata una historia. Va enhebrando acontecimientos, vivencias, palabras interpretados por la fe. Como ya hemos tenido ocasión de señalar, la fe es la respuesta que el hombre da a un Dios que ha entrado en el entramado de su vida y que, desde ese lugar, le habla, le tiende la mano y lo invita a la comunión.

El “amén” de la fe no surge al final de una búsqueda intelectual que indaga y saca conclusiones. La fe tendrá su momento de reflexión racional. Y será riguroso, sistemático y nunca acabado del todo. Pero es un momento segundo. Lo primero es siempre la experiencia de haber sido alcanzados por una presencia que interpela y moviliza. Y lo hace, también desde la propia historia y realidad concretas.

El “lugar” de la fe es la propia vida, la propia biografía personal. Allí tiene lugar el encuentro con ese acontecimiento y esa persona de los que habla Benedicto. Por eso, no solo para confesar la fe hay que contar la historia de Jesús el Cristo, sino que hay que hacerlo entrando también en los entresijos de la propia historia personal. Y toda entera, en su amplitud y en sus estrecheces; sus luces, que las tiene y son muchas, pero también en sus sombras pesadas e intimidantes.

Pero no solo. El encuentro con Cristo acontece en una historia siempre compartida. Nunca la fe es una aventura solitaria, aunque sea exquisitamente personal. La fe, dirá San Pablo, viene del “escuchar”. Como la vida misma. Lo primero siempre es el recibir lo que se nos ofrece gratuitamente. He llegado a ser creyente porque otros han puesto en mis labios y en mi corazón los nombres de Jesús, de María y de Dios. Y me han enseñado a leer el Evangelio y, con esa luz, leer mi propia biografía, convertida también ella en un pequeño evangelio.

En mi caso personal, el encuentro con Cristo es inseparable de algunos hombres y mujeres, cuyas vidas me han hablado antes que sus palabras. Cristo me resulta inseparable de esos cristianos. Así he sido alcanzado por él. Pero también, ese encuentro con Cristo acontece cuando, saliendo de mí mismo, busco compartirlo con otros. Tela para cortar.