“La Voz de San Justo”, domingo 6 de agosto de 2017
Gracias a las redes, estamos viendo en tiempo real los dramáticos hechos que viven nuestros hermanos de Venezuela. Recuerdo que, cuando fue el golpe de estado del 76 en Argentina, mi padre trataba de sintonizar, durante la noche, radios de países vecinos, para informarse. Hoy todo es más rápido y directo.
El martes después de las elecciones en Venezuela, escribí un Tuit con este texto: “Una oración por #Venezuela. Por sus muertos. Por su pueblo. No nos resignemos a que muera su democracia. AL sabe de dictaduras.” Inmediatamente, y desde varios rincones de Argentina y otros países latinoamericanos -incluida la misma Venezuela- empezaron a aparecer varios “me gusta” y «retuits».
Esto me ha hecho pensar. Me vino a la memoria aquel libro de Erich Fromm, escrito en los años cincuenta, con una Europa todavía sangrante por la guerra. Fromm trataba de entender cómo y porqué algunos pueblos habían sucumbido a las propuestas irracionales del totalitarismo nazi-fascista. La libertad atrae, pero también despierta vértigo. De ahí que, en ocasiones, los individuos prefieran entregarse en manos de líderes clarividentes que, sin atajos, los lleven al paraíso soñado.
Sí. En ocasiones tenemos miedo a ser libres, porque intuimos que su camino es fatigoso; nos somete, una y otra vez, a una insoportable incertidumbre. Ese es el abismo: tener que elegir. De ahí que también atraigan algunos remedos de libertad como son la desinhibición y el capricho de la pulsión, la prepotencia o el deseo de tenerlo todo rápido, aquí y ahora.
Algunas representaciones cristianas del arcángel San Miguel, lo muestran venciendo al demonio, pero éste, lejos de tener un aspecto terrorífico, es representado con un rostro más bello que el del arcángel. Un modo plástico de expresar la seducción engañosa del mal. Trigo y cizaña pueden parecerse, pero no son lo mismo. Es necesario discernir.
Cualquier maestro sabe cuántas fatigas son necesarias para alcanzar los verdaderos frutos de todo aprendizaje. Aprender a posponer gratificaciones inmediatas para alcanzar la gratificación más genuina y duradera. Claro, primero hay que animarse a un camino de búsqueda. Esto vale tanto para las ciencias duras como para la oración.
Teniendo a la vista nuestro calendario electoral argentino, he pensado en la necesidad de cuidar nuestra democracia. Y de cuidarla de nosotros mismos, de nuestros amores y fobias, de nuestras obsesiones y cerrazones. Y nada digamos de las estrecheces ideológicas. La democracia, como la libertad, siempre estará bajo amenaza. Este es el clima natural en el que tiene que sobrevivir la libertad que Dios nos ha dado y que Cristo ha rescatado con su sangre.
También en estos días he vuelto a los resultados que arrojó el Diálogo Argentino. ¿Lo recuerdan? Aquel enorme esfuerzo de escucha, consenso y propuesta que surgió al calor de la crisis de 2001. De ahí surgieron propuestas concretas para una reforma de la política y de la justicia, también acuerdos básicos en políticas sociales y educativas. Quedó prácticamente en nada. Una lástima.
Volví a esos archivos guardados en mi computadora. Los releí con bastante nostalgia. Pero, me hizo bien. En medio de la incertidumbre de las horas oscuras, las personas y los pueblos pueden encontrar el rumbo. Es lo que entreveo en el dolor compartido de nuestros hermanos venezolanos. Ellos, como nosotros un día, invocan a Jesucristo, el Señor de la historia. De Él proviene toda luz que ilumina la noche. Y las redes sociales son un medio por donde circula ya su Evangelio. Entrelazan también a las personas y su irrefrenable deseo de libertad. Por eso, los prepotentes les temen.
De este amasijo de sensaciones y pensamientos salió esta idea que es el título de mi columna: cuidar la libertad para cuidar la democracia.