El amor es más fuerte

“La Voz de San Justo”, domingo 30 de julio de 2017

Esta semana se cumplió un año de la muerte del padre Jacques Hamel, sacerdote francés que fue asesinado por dos jóvenes musulmanes al pie del altar. Terminaba de celebrar la Misa. Me conmovieron unas palabras de su hermana, Roseline de 77 años. Dijo más o menos esto: –Me costó comprender lo que decían sobre el martirio de mi hermano. Me resultó más fácil el camino del perdón. Al principio no podía incluso rezar. Después he podido acercarme a la madre de quienes lo mataron…Ahora estamos muy vinculadas ella y yo. Y añade: – Cuando mi hermano pensaba en la Pascua, siempre repetía las palabras de Jesús: “Padre, perdónalos. No saben lo que hacen”.

El mal no tiene explicación satisfactoria. Especialmente aquel que surge de la libertad humana. La decisión de matar al padre Jacques en nombre de Dios, nos hace cruzar esa oscura frontera. El mal nos desborda. Es excesivo.

Mientras escribo estas líneas, llega la noticia de Charlie Gard, el pequeño de 11 meses afectado de una rara enfermedad y a quien la justicia inglesa había ordenado desconectar del respirador, con la oposición de sus padres que batallaron hasta el final por él. No es lo mismo que el caso del padre Jacques. Pero también aquí, la muerte de un niño inocente y el sufrimiento de sus padres nos acerca al abismo.

Las reflexiones sobre el Credo que hemos hecho hasta ahora parecen quedarse vacías de contenido y sin sentido. ¿Cómo creer en un Dios Padre, todopoderoso, bueno y providente cuándo vemos morir así a un niño? ¿Cómo afirmar que la libertad es obra maestra del Creador, si es capaz de llegar al extremo del asesinato ritual?

No son preguntas puramente teóricas. Expresan una realidad. El mal nos excede y, en ocasiones, nos deja sin fuerzas. Nos muestra cuán impotentes y frágiles somos. Es en este punto en que asoma otra experiencia humana, también real, concreta y desconcertante: la de Roseline. Ella ha sido capaz de recorrer la vía del perdón. Incomprensible. Sorprendente. Solo cabe silenciar el corazón y escuchar.

También la vida del pequeño Charlie nos descubre ese exceso de amor: Charlie fue amado de manera incondicional por sus papás. ¿Podían hacer otra cosa? Alguien ha dicho: “los jueces lo juzgaron, la ciencia lo estudió, sus padres lo amaron”. Un poco extrema, pero verdadera en un punto: fue amado, su frágil vida no careció de sentido.

El Credo cristiano es la confesión de fe en ese exceso de amor de Dios que rodea toda experiencia de mal y de sufrimiento humano. Por eso, el Credo no habla del mal directamente. Lo hace cuando confiesa a Jesucristo y su obra salvadora. También cuando, después de confesar la fe en Espíritu Santo, declara con serena firmeza: creo en el perdón de los pecados.

En el origen de todo está el poder bueno del Creador. Él ha hecho surgir al hombre libre, porque lo ha querido compañero y colaborador suyo. Sin embargo, en el origen también está la inexplicable negativa de la libertad del hombre a sumarse a la obra divina. Rechazando la mano tendida de Dios, el hombre ha puesto en marcha una historia de desgracia en la que nacemos y que cada uno de nosotros hace suya, también por decisiones libres y personales. A eso apunta el capítulo 3 del Génesis que escruta el origen del mal que aflige a los hombres.

La fe cristiana hablará del “pecado original”. De él dirá Pascal: “Ciertamente, nada nos repele más fuertemente que esta doctrina; y, sin embargo, sin este misterio, el más incomprensible de todos, somos incomprensibles a nosotros mismos. El nudo de nuestra condición se anuda en este abismo; de suerte que el hombre es más inconcebible sin este misterio que lo que este misterio es inconcebible para el hombre” (Pensamientos 434).

Todos somos Adán. También nuestra libertad está herida. Pero también todos tenemos la posibilidad de recibir la gracia de Cristo y contar con él y su fuerza sanante para el camino de la vida.

Demos entonces el paso de meditar sobre la fe en Jesucristo, como la confiesa el Credo.