“La Voz de San Justo”, domingo 9 de julio de 2017
“Creador del cielo y de la tierra”. No dejemos todavía este artículo del Credo. Hablar de creación es hablar de don y de gratuidad, decía el domingo pasado. Es lo primero que la fe nos dice de Dios: creó todo de la nada, no por necesidad, sino por pura gratuidad. Eso es lo suyo: dar y darse. Son las primeras palabras que tiene que deletrear un cristiano si quiere aprender el idioma de Dios que hablan las creaturas.
Hoy quisiera seguir tirando de esa cuerda. ¿Qué sale? Algo que la fe subraya con fuerza: cuando hablamos de creación, no estamos pensando en algo que pasó hace millones de años, allá lejos y hace tiempo. Dios no es un relojero que armó el mundo, le dio cuerda y se fue a descansar. La fe dice otra cosa: Dios es creador del cielo y de la tierra, ahora mismo. Sigue creando. Y eso quiere decir que la creación está en marcha hacia su plenitud. Él está creando y sosteniendo ahora mismo mi libertad. Y lo hace, porque ha querido contar con ella para llevar adelante la historia y perfeccionar su creación.
El salmo 104 es un bellísimo poema que canta la obra creadora de Dios. En una de sus estrofas dice así: “Todos esperan de ti que les des su comida a su tiempo: se la das, y ellos la recogen; abres tu mano, y quedan saciados. Si escondes tu rostro, se espantan; si les quitas el aliento, expiran y vuelven al polvo. Si envías tu aliento, son creados, y renuevas la superficie de la tierra” (Salmo 104,27-30).
En las confirmaciones, me gusta explicar con este Salmo que la palabra “espíritu” significa, entre otras cosas: “aliento”. Unos chicos muy jovencitos, que son toda una promesa, reciben el Espíritu Santo, el aliento de Dios para que vivan a pleno, bajo el impulso del Espíritu de Cristo resucitado.
Ya el Génesis, en el segundo relato de la creación del hombre, señala que el Dios alfarero modela al hombre con la arcilla de la tierra. Cuando insufla su aliento, el hombre llega a ser un ser viviente. Es un relato lleno de poesía y con una mirada muy sabia: el hombre vive por el espíritu, es decir, en la apertura a Dios y a los demás. Porque eso también quiere decir la palabra “espíritu”: lo que pone de pie al hombre y lo abre a la relación y a la comunión con Dios, con toda la creación y con los demás.
El Salmo 104 invita a experimentar en la oración personal, lo que poéticamente nos evoca con sus imágenes: el rostro del Creador está siempre vuelto sobre el rostro de la tierra. Su aliento nos vivifica. Las manos de este Dios alfarero y jardinero siguen activas, modelando la tierra, haciendo surgir la vida y, con su aliento, vivificando la libertad del hombre. Ni siquiera el rechazo del hombre a ser colaborador en esta obra ha frenado el impulso creador Dios.
Hablar de un Dios creador que sigue dando vida a todo lo que existe es hablar también de su providencia: Dios actúa de manera concreta e inmediata en el mundo, conduciendo la creación a su perfección definitiva. El gran teólogo medieval Santo Tomás de Aquino señala que la sabiduría del Creador es como la fantasía del artista que crea belleza, es decir: armonía, orden, luz. Su obrar providente es como el arte de un músico o de un poeta, por ejemplo, a través del cual se dispone el sonido, el ritmo y las palabras en orden a un fin.
Estamos en las manos de un Dios alfarero y jardinero, músico y poeta. Nadie mejor que Aquel que es su Hijo, Verbo e Imagen – Jesús de Nazaret – para contarnos de Él. ¿Qué nos dice? Que es Padre y que hemos de buscar su Reino por encima de todo. Lo demás, es añadidura.