Despacito…nos lleva el Espíritu Santo

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El primer sorprendido fue el mismo Gabriel. Vino a verme, apenas iniciado el retiro espiritual, para decirme que se estaba viralizando el videito de su versión de “Despacito”.

Sorprendido y sobresaltado. No, porque el hecho en sí mismo fuera malo. No se trata de eso. La preocupación era por la exposición pública que, con el correr de las horas, adquirió dimensiones insospechadas.

Entre paréntesis: una amiga de Mendoza me mandó un Whatsapp con la noticia en “La Tercera” de Santiago de Chile. Virtualidades de la conexión en tiempo real que nos posibilita Internet.

Gabriel es un cura joven e inquieto. Muy creativo y apostólico. Como lo son, por otra parte, la mayoría de los curas. Siempre la fe en Jesús y el deseo de comunicar su Evangelio han potenciado la creatividad de los evangelizadores. Este hecho no es algo aislado.

Obviamente, Gabriel no hizo la “coreo” de Despacito durante la Misa. Hubiera sido un desubique gigantesco, como hacer un cumpleaños en un quirófano. Cada cosa en su lugar, con su clima y su lenguaje propios. La oración cristiana, personal o litúrgica, tiene otras claves de comunicación. Gabriel y los chicos de su parroquia cantaron “Despacito” cuando ya había finalizado la Misa de niños del domingo.

De paso, digo que la liturgia en la parroquia de Gabriel se realiza siempre muy dignamente. Me consta. También la Misa de niños.

Por otra parte, algo que conversamos con él (porque le preocupaba que se supiera), es que la vida de su parroquia es mucho más amplia de lo que capta ese video: vida de fe, animación misionera, cercanía a los pobres, enfermos y personas vulnerables, acompañamiento de adolescentes y jóvenes, oración y espiritualidad, catequesis, y un largo etcétera. Tanto la sede parroquial como la capilla “Nuestra Señora de Lourdes” del barrio La Milka parecen un hormiguero.

Y esto que pasa en la “Perpetuo” (su parroquia) pasa en todas las parroquias de la diócesis, con distinta intensidad. Gracias a Dios por eso. Y también por que cada cura es distinto, vive y comunica la fe con su forma de ser, con el bagaje de su experiencia humana y sacerdotal, con su temperamento e historia. Y, como cada cura, cada bautizado.

Y aquí, yo también meto la cuchara: ¡Ojo al hilo! La evangelización no es cosa solamente de los curas. Todos estamos llamados a poner al servicio del Evangelio nuestros talentos, nuestro tiempo e incluso nuestros bienes. Sería muy cómodo que descansáramos medio aburguesados en la ocurrencia de los curas.

De paso, me gustaría compartir dos aprendizajes que he hecho de todo esto: este hecho nos dio a Gabriel y a mí, que soy su obispo, la oportunidad de hablar, mano a mano, sobre muchos temas: la sacralidad del templo y la liturgia, el riesgo de un protagonismo desmesurado, pero también de lo bueno que es interactuar con los medios de comunicación, por ejemplo. Esta oportunidad de diálogo, a partir de cosas concretas de la vida, me ha parecido sencillamente estupenda. Le doy gracias a Dios por ello.

Lo segundo, es una conclusión del anterior aprendizaje: “despacito” nos vamos haciendo pastores del pueblo de Dios – y cristianos –, revisando lo que vivimos y hacemos, escuchándonos y no cerrándonos obstinadamente en nuestras propias ideas.

Esto también es muy bueno: todos necesitamos libertad interior, es decir: no enamorarnos tanto de nuestras propias producciones, y quedar abiertos a la acción siempre soprendente del Espíritu Santo que, despacito, nos va conquistando por dentro para Cristo.

Lo esencial – decía el Principito – es invisible a los ojos. Las cosas más lindas de Dios rehuyen la espectacularidad (Belén, la cruz). Acontecen en lo “secreto”, donde el Padre siempre ve. ¿No es lo que enseñó Jesús? Y de eso, Él sabía más que nosotros.