Creemos

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«La Voz de San Justo», domingo 28 de mayo de 2017

Como reflexionábamos el domingo pasado, la versión litúrgica del Credo comienza en primera persona del singular: “Creo en Dios…”

Sin embargo, ese “creo” no es la afirmación de un individuo que se aventura, solitario y audaz, por los caminos de la fe. Es siempre, a la vez e inseparablemente, un acto profundamente social.

La fe es personal. Reclama siempre la propia conciencia y libertad. Pero nadie existe en solitario. La libertad de cada uno está junto a la libertad de los demás. Los hombres estamos unidos, unos a otros, por vínculos muchas veces imperceptibles pero muy reales. La fe cristiana tiene la misma dinámica: me ubica junto a los demás, entreteje mi biografía con la de los demás. La fe me libera así de la soledad, colmándome con la alegría de la comunión.

En la experiencia cristiana, el “creo” de cada uno, solo es posible en ese espacio generoso que es el “creemos” de toda la Iglesia como familia visible de los creyentes. Y de los creyentes de todos los tiempos, no solo de los que aquí y ahora confesamos a Jesucristo, sino de todos aquellos que, a lo largo del tiempo, han creído en Él. Algunos, incluso, hasta el testimonio supremo del martirio.

No podemos separar a Cristo de sus discípulos, ni a éstos de Él. Se puede intentar esa aventura. El resultado termina siendo un Cristo domesticado, sospechosamente parecido al que intenta esa operación, a sus opciones personales y a sus propias obsesiones.

La experiencia del encuentro con el Resucitado solo es posible en el seno de una comunidad que vive la fe como esperanza confiada y como amor activo, solidario y transformante de la realidad. Ahí está el Resucitado. Ahí se transmite, se recibe y se acoge la fe como una forma de vida. Ahí nos alcanza su Palabra y el sacramento que lo hace presente, metiéndolo en el meollo de nuestra existencia. Cristo es inseparable de la comunidad que cree en Él y, con todos sus límites y miserias, lo hace visible en nuestra historia. Lo contrario es una abstracción.

Como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica: “Nadie se ha dado la fe a sí mismo, como nadie se ha dado la vida a sí mismo. El creyente ha recibido la fe de otro, debe transmitirla a otro…Cada creyente es como un eslabón en la gran cadena de los creyentes. Yo no puedo creer sin ser sostenido por la fe de los otros, y por mi fe yo contribuyo a sostener la fe de los otros” (Catecismo 166).

La fe cristiana siempre será un acontecimiento de comunicación: palabra que se escucha, se pronuncia en voz alta y se comunica visiblemente a otros. Por eso, desde el principio, la Iglesia buscó expresar su fe en fórmulas – como el Credo – que nos permiten alabar a Dios, a la vez que profesamos la fe que nos une.

Eso es precisamente la Iglesia: una red de personas, comunidades, carismas y servicios, por la que circula la vida misma de Cristo resucitado. San Pablo lo expresó de manera insuperable: así como el cuerpo tiene muchos miembros, así ocurre con el mismo Cristo. Somos un solo cuerpo en Él (cf. 1 Co 12,12).

La fe es un camino que se transita con otros.