El Credo apostólico

«La Voz de San Justo», domingo 14 de marzo de 2017

En la Misa dominical, después de la proclamación del evangelio y la homilía, la comunidad reunida recita el Credo. En Argentina usamos el llamado “Credo de los Apóstoles”.

Existe también otra versión prevista por la liturgia: es el Credo niceno constantinopolitano, por los dos concilios del siglo IV que le dieron origen. Mis comentarios, sin embargo, se centrarán en el “Credo apostólico”. Antes de entrar en su contenido, algunos datos de interés que pueden ayudarnos a comprender su significado.

Según una antigua tradición, los doce apóstoles, antes de partir para anunciar el Evangelio, fueron diciendo en voz alta los doce artículos que componen este Credo. Se trata de una leyenda. Sin embargo, los relatos legendarios también dicen algunas verdades. Y aquí hay una que merece ser destacada: la fe de los cristianos es la fe de los apóstoles contenida en las Sagradas Escrituras.

Más allá de la leyenda: si miramos bien el Credo, cada una de sus frases está tomada del Nuevo Testamento. Está tejido de citas bíblicas. Y, de esta manera, recoge la predicación apostólica. Y son citas bíblicas que vuelven a narrar, de forma breve y concisa, la historia de la salvación centrada en la persona de Jesucristo y la salvación que él ha conseguido a los hombres.

En realidad, los historiadores nos dicen que el texto del Credo ha nacido en el marco tan sugestivo de la liturgia bautismal de la primitiva Iglesia.

En la noche de Pascua, los catecúmenos se acercaban al obispo para ser bautizados. El obispo los interrogaba tres veces: “Crees en Dios Padre…Sí, creo” “Crees en Jesucristo, su Hijo que murió y resucitó por nosotros…Sí, creo” “Crees en el Espíritu Santo…Sí, creo”. Y, por tres veces, el catecúmeno era sumergido en la fuente bautismal. Una sola fe confesada con una fórmula trinitaria, según el mandato mismo de Cristo.

Así, cada domingo, reunidos para celebrar la Eucaristía que nos dejó Jesús, sus discípulos confesamos la fe relatando la historia de la salvación como obra del Padre que nos ha enviado a su Hijo como Salvador y que nos comunica el Espíritu Santo que lo hace presente en el hoy de nuestra vida.

La fe cristiana es así la respuesta que damos a lo que Dios ha obrado por nosotros. Una respuesta que, como veremos, nos involucra personalmente en todas las dimensiones de nuestra humanidad: mente, corazón, libertad y actitudes.

Al Credo se lo llama también “Símbolo”. La palabra proviene del griego, y significa: reunir las partes de un todo. Remite a una costumbre antigua: cuando dos personas sellaban un trato solían partir en dos partes una pieza de cerámica, quedándose cada uno con un pedazo. Al juntarlos ambos se reconocían como partes de una alianza.

De ahí que los primeros cristianos le dieran ese nombre a la profesión de fe bautismal: al pronunciarla reconocían ser parte de una alianza que Dios mismo había hecho con ellos, pero también era la expresión de visible de la unidad entre todos los bautizados.

Los apóstoles anunciaron a Jesucristo, poniendo en marcha ese proceso que prosigue todavía, de transmisión del Evangelio. Es en esa predicación viva que nosotros somos alcanzados por Cristo y nos hacemos sus discípulos. Así se forma la Iglesia: por la predicación que engendra la fe. Es más, eso es precisamente la Iglesia de Jesucristo: la comunidad que recibe, celebra y transmite la fe.

Al ir profundizando cada uno de sus artículos espero que, los que profesamos la misma fe católica, podamos reconocernos mejor como discípulos de Jesucristo. Espero también que, quienes no comparten nuestra forma de vida, puedan apreciar mejor en qué creemos los cristianos.