Cristo resucitado: fuego nuevo y joven

Mensaje de Pascua 2017

“Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo!” (Lc 12,49).

La Vigilia Pascual se inicia con la bendición del fuego nuevo. De allí se toma la llama que, del Cirio pasa a las candelas de los fieles, inundando con su luz el templo en penumbras. También en él se encienden las brasas para el incienso que se ofrecerá en la Eucaristía. 

Una luz vacilante y humilde se impone finalmente a las tinieblas que parecían invencibles. Es una luz que viene de las llamas jóvenes de un fuego nuevo, sobre el que ha descendido la bendición de Dios. 

Un gesto ritual sencillo pero elocuente. La fe que se nutre en la lectura orante de las Escrituras y en el seguimiento de Cristo  desentraña su significado. 

Jesús de Nazaret, transfigurado por el Espíritu en la resurrección, es ese fuego de Dios para nuestro mundo. Es luz que ilumina, calor que enciende y llama que purifica. De Él viene la luz que disipa oscuridad y vence nuestros temores. 

Sus ojos de Resucitado “parecen llamas de fuego” (Ap 1,14). No hay potencia humana que pueda sofocar la apasionada libertad con la que se ha entregado para redimir a la humanidad. Ya lo había profetizado la esposa enamorada del Cantar de los Cantares: “Las aguas torrenciales no pueden apagar el amor, ni los ríos anegarlo. Si alguien ofreciera toda su fortuna a cambio del amor, tan sólo conseguiría desprecio” (CC 8,7).

El Señor resucitado es, sobre todo, fuego siempre joven que hace nuevas todas las cosas. La comunión con Él nos permite nacer de nuevo, del agua y del Espíritu, según la promesa del mismo Señor (cf. Jn 3,5-9).

Si tuviera que expresar un deseo para esta Pascua – para mí, para la Iglesia diocesana y para cada persona – lo haría con esta oración surgida del corazón creyente: 

Padre, que no dejemos extinguir el fuego que Tú mismo has encendido en nosotros. 

Ese fuego es tu Hijo Jesucristo. Es su Evangelio que nos habla, nos hiere y nos consuela. A través de su entrega pascual, tu amor incondicional y compasivo ha entrado definitivamente en el mundo, para ya nunca más irse. En ese amor hemos creído. Él es nuestra certeza y sobre él se apoya nuestra esperanza. 

Que ese amor no languidezca en tu Iglesia, por miedo, frialdad o comodidad. Que sea como María, una Iglesia pobre y libre, misionera y servidora.

Que tu fuego arda siempre nuevo en las familias, en los pastores y consagrados; en los niños, en los jóvenes, y en el corazón amable de los ancianos; en los que luchan por la dignidad de la vida; en los que sienten la pasión por el bien común y la verdad; en los que se entregan a la causa de los más pobres y olvidados; en los que luchan para que esta tierra siga siendo nuestra casa común, especialmente para las nuevas generaciones.

Miramos a tu Hijo Jesucristo. Él es el Viviente que comunica vida y alegría. Viene de vencer la muerte y el pecado. Somos vocación y misión, pues Él nos llama y nos envía, pronunciando, con amor, nuestro nombre. A Él nos entregamos suplicando que su Espíritu nos transfigure. Amén. 

Hermanos: ¡Cristo ha resucitado verdaderamente! ¡Muy feliz Pascua para todos!

+ Sergio O. Buenanueva

Obispo de San Francisco