A las puertas de la Pascua

risorto2«La Voz de San Justo», domingo 9 de abril de 2017

Los católicos, y otros cristianos, nos disponemos para la celebración anual de la Pascua.

Para la piedad popular, el Viernes Santo sigue representando el momento más fuerte de la Semana Santa. Con un dato curioso: la liturgia de ese día no toca tanto los corazones como los Via Crucis, sobre todo, los que son representados dramáticamente, y que reúnen a cientos de personas.

Es comprensible: el misterio del Dios encarnado que, en la pasión y en la cruz, comparte el dolor humano como Dios sufriente, es realmente conmovedor e impactante.

Sin embargo, la pasión y muerte de Jesús tienen un antes y un después que hay que evocar para comprender a fondo el sentido redentor que le reconoce la fe cristiana.

En Jesús siempre se entrecruzan dos coordenadas: la de una historia humana real y concreta, pero que es, inseparablemente, historia del Dios hecho hombre. Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, como confiesa la fe católica.

Ambas coordenadas han de ser tenidas en cuenta para intentar contemplar y celebrar el misterio de la Pascua.

La muerte en cruz es fruto del camino concreto de Jesús, de su pasión por el reino de Dios, de su amor compasivo por los pobres, los débiles y pecadores. Desde el primer momento, comenzó a experimentar una creciente hostilidad que desembocará en su muerte violenta. Acusado falsamente por sus enemigos ante el gobernador romano por una aparente razón política, es condenado, sin embargo, por una causa eminentemente religiosa: Jesús ha pretendido hacer presente, con sus gestos, palabras y opciones, al mismo Dios vivo, a quien invoca osadamente como “Abba” (Padre querido). Ha pretendido lo que ningún profeta: ser el intérprete definitivo de lo que Dios quiere para el hombre. Esto es inaudito y pone en tela de juicio a la misma autoridad religiosa. Será rechazado por estos, con la incomprensión de sus discípulos y de buena parte de su propio pueblo. 

Los evangelios, abrevando en las Escrituras de Israel, nos abren otra perspectiva: este judío de Nazaret invoca a Dios como su Padre porque Él mismo, en su misterio personal más hondo, es el Hijo.

Su pasión y muerte en cruz forman parte del designio amoroso de Dios que busca a los perdidos, sana a los enfermos y perdona a los pecadores. Misteriosamente, su entrega en la pasión expresa visiblemente ese amor de Dios que redime al hombre.

Ese es el “antes” de la cruz. Pero, para la fe, hay también un “después” insoslayable: la resurrección.

Dios Padre no ha dejado que su Hijo sea devorado definitivamente por la muerte. Si Jesús se ha mostrado en la pasión solidario con todos los crucificados, este amor no ha quedado como un manotazo en el vacío. El Padre ha respondido con el don de su Espíritu que ha arrancado a Jesús de la tumba y le ha dado la plenitud de la vida en la resurrección.

Esta es la confesión de fe de la Iglesia, desde el primer instante: no buscar entre los muertos al Viviente; Jesús, el Crucificado es el Resucitado, a quien Dios ha glorificado. Ha entrado así en la vida plena y verdadera.

Si su muerte fue redentora, por su amor solidario y compasivo con todos los hombres, su resurrección es también una puerta abierta que ofrece una esperanza cierta para quienes todavía caminamos en la fragilidad de la historia humana. La resurrección de Jesús es la obra más grande de Dios a favor de la vida de los hombres. Allí se ha mostrado para siempre como el Dios amigo de la vida.

Esto es lo que los cristianos conmemoramos, año tras año, en la celebración anual de la Pascua.

No es simple recuerdo del pasado, sino un hacer presente el acto liberador del Dios amor, Padre, Hijo y Espíritu Santo, en el hoy de nuestra historia, para que nos ayude a abrir nuestro mundo al reino de Dios.

Se inicia en la tarde del Jueves Santo con la Misa de la Cena del Señor: acompaña a Jesús hasta el Calvario; con María se recoge en silencio oración durante el Sábado Santo y, con ella, canta con gozo la victoria del amor sobre la muerte el Domingo de Pascua.

Jesús resucitado te está esperando en esta Semana Santa. Te invito a responder a su llamada, participando con fe de las celebraciones de tu comunidad cristiana.