Santo Cura Brochero

Memoria de San José Gabriel Brochero – Patrono del Clero argentino

Como Iglesia diocesana estamos viviendo un “Año Vocacional”.

Queremos celebrar el misterio de la vocación cristiana: en el bautismo y la confirmación, cada uno de nosotros hemos recibido una llamada personal de Dios -su vocación- para ponernos al servicio de todos.

Suplicamos que el Espíritu Santo nos revele esa llamada, que nos dé su consuelo y su fuerza para acogerla y vivirla, entregándonos totalmente a la misión que el Señor nos confía.

No tengo una vocación: Soy Vocación.

No tengo una misión: Soy Misión.

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Hoy, por primera vez, celebramos la memoria de San José Gabriel del Rosario Brochero.

Y lo hacemos en este santuario de la Virgencita, la “Purísima”, como él aprendió a llamarla con cariño. Tal vez, por indicación de su madre. Aquí nos reunimos, el pasado 4 de noviembre, para dar gracias por su canonización y entronizar su bendita imagen en un altar lateral. 

Muy cerquita de aquí, en Santa Rosa de Río Primero, el niño José Gabriel dio sus primeros pasos en la vida y en la fe. De allí partió un día para el Seminario Conciliar de Córdoba, atraído por la llamada del Señor que le había tocado el corazón, encendiendo el deseo ardiente de ganar almas para Cristo. 

Un deseo que nunca lo iba a abandonar, sino que, madurando con el tiempo -como los buenos vinos- iba a tomar cada vez más intensamente su corazón sacerdotal hasta transfigurarlo por completo a imagen del corazón del Buen Pastor.

Pivotando sobre el salmo 22, que canta la mano firme y tierna del Dios Pastor que conduce y consuela a sus ovejas, los textos bíblicos de la memoria del Santo Cura Brochero nos ofrecen algunas pistas para leer en el corazón del José Gabriel el mismo evangelio de Jesús.

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Les propongo que, dejándonos guiar por la Palabra de Dios reflejada en el “Señor Brochero”, meditemos sobre el misterio de la vocación sacerdotal. 

Lo hacemos con un anhelo que nos quema por dentro, con muchas preguntas dirigidas a Dios y también -no tememos confesarlo- con inquietud y ansiedad: Señor, ¿por qué parece que hoy no hay oídos para tu llamada a buscar la oveja perdida? 

Ya aquí encontramos una primera indicación preciosa: la vocación sacerdotal nace del corazón de un Dios inquieto que busca la oveja perdida. 

En la raíz de toda vocación al sacerdocio ministerial está esta pasión de Dios por su pueblo, por los últimos, por los más alejados, por los que se han perdido.

Dejar la comodidad del rebaño, salir -una y otra vez- a buscar por los caminos, experimentar la alegría de encontrar a los perdidos y, con la fuerza del Espíritu, hacerse cargo de ellos. 

Esa es la experiencia más intensamente sacerdotal que vivió Brochero y que, hasta el último de sus días, alimentó en su corazón apasionado el deseo de que Cristo fuera conocido, experimentado como Salvador y vivido intensamente como esperanza que colma la vida frágil de los pecadores. 

Por eso, un pastor es, ante todo, un hombre del Espíritu. Es decir, un hombre que escucha en lo más sagrado de su conciencia la voz de Dios que lo llama cada día como el primer día. 

Cierto, un día, Dios le hizo sentir su llamada de amor -como a Abrahám, Moisés, David o Jeremías-, a dejarlo todo, por Él, sostenido solo por su promesa, y, así, a ponerse en camino hacia una tierra desconocida y a una misión que solo se puede conocer si se arriesga todo, sin cálculos mezquinos y seguridades predeterminadas. 

Pero esa llamada no se termina con la ordenación. Allí comienza verdaderamente la aventura de escuchar, cada mañana, la llamada del Señor a entregar la vida, por caminos siempre nuevos, las más de las veces, humildes, escondidos y poco espectaculares. 

Un sacerdote es siempre un aventurero del Espíritu, un caminante, un peregrino que aprende a convivir con la inseguridad e insatisfacción de no tener demasiadas cosas aseguradas, y de que la meta siempre está allí, estimulando su caminar, pero como escondida en la bruma de lo que se intuye más que de lo que se posee. 

A Brochero cura, como a cada uno de los que intentamos vivir el sacerdocio, solo nos sostiene una promesa. La que experimentó el salmista: “Aunque cruce por oscuras quebradas, no temeré ningún mal, porque Tú estás conmigo: tu vara y tu bastón me infunden confianza” (Salmo 22,4). O, en palabras de Pablo al joven Timoteo: “…sé en quien he puesto mi confianza, y estoy convencido de que él es capaz de conservar hasta aquel Día el bien que me ha encomendado” (2 Tim 1,12).

Un sacerdote es, por eso mismo, un hombre atraído por la Palabra de Dios, buscada, sobre todo, en la lectura orante de las Sagradas Escrituras. Brochero sabía de memoria los evangelios y las cartas de Pablo. Se alimentaba de la Escritura, porque había aprendido a escuchar en los textos sagrados la voz de Jesucristo. Y esa voz no podía dejar ser escuchada. En medio de tantas voces, Brochero afinó su oído para escuchar siempre la voz de Jesús, a quien amó apasionadamente. 

Todo cura ha de ser siempre un buscador de Jesucristo. 

No cabe otra expresión para designar esa experiencia: hay que hablar de enamoramiento, de apasionado y loco amor, que, con el tiempo se hace sereno, y hasta sufrido por dentro, pero que se convierte en un amor que está ahí, en lo profundo del alma, que siempre llama, atrae y conquista. 

El camino de todo hombre llamado al sacerdocio ministerial está marcado por el fuego del Espíritu: ha de ser un hombre experimentado en esa actitud de fondo que vemos resplandecer a lo largo de la vida de Brochero, pero que aparecerá en todo su fulgor al final, cuando cieguito, anciano y leproso, solo viva en la alabanza y la intercesión: ha aprendido a dejarse llevar por Cristo, convirtiéndose él mismo en el misterio que celebra en cada Eucaristía: cuerpo entregado y sangre derramada.

Un sacerdote es un hombre del Espíritu llamado a pastorear al rebaño de Cristo, no con estrategias humanas, sino con los medios humildemente divinos del Buen Pastor: la predicación del amor de Dios, la celebración de los sacramentos de la vida y la caridad del que entrega la vida, haciéndose uno con el Crucificado. 

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Queridos hermanos y hermanas:

Nuestra Iglesia diocesana suspira por que cada bautizado descubra su propia vocación y misión. 

Clama, de manera especial, por vocaciones sacerdotales.

Una vez más, a los pies de la Virgencita y en las manos del Santo Cura Brochero, pongamos este deseo evangélico. 

Amén.