Cuatro años con Francisco

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Una de las primeras imágenes de aquel memorable 13 de marzo de 2013

Algunas palabras clave para sentir el paso del Espíritu

Este lunes 13 de marzo se cumplen cuatro años de la elección del Papa Francisco.

Ya desde días antes de esta fecha se vienen leyendo diversas aproximaciones a su persona y al significado de su ministerio, tanto en la vida de la Iglesia como hacia fuera de ella.

Los comentarios se suceden, como también las perspectivas y acentos que ponen. Es bueno escucharlos, pues ayudan a componer la figura poliédrica y compleja de nuestro Papa. Incluso los más agresivos o limitados.

Lo que sigue es un breve punteo de algunas palabras clave que, a mi criterio, identifican la mística de este pontificado y que me ayudan a mí, como creyente y pastor, a leer lo que el Espíritu tiene para decirle a la Iglesia en los tiempos que vivimos.

La misión primaria de un obispo  es, “con Pedro y bajo Pedro”, confesar a Jesucristo y anunciar su Evangelio. Desde esa posición escribo lo que que escribo.

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La primera palabra es el nombre elegido por el obispo Jorge Bergoglio la tarde de su elección: Francisco. Y, como el mismo, lo explicó días después: por Francisco de Asís. Ese nombre indica muchas cosas. Habla, sobre todo, del Evangelio de Jesús vivido radicalmente. Por eso, en el nombre elegido por el nuevo Papa se encerraba también un programa de reforma evangélica de la vida cristiana, cuya honda expansiva alcanza sacude todo el edificio de la Iglesia.

La segunda palabra tiene relación con la primera, y es un plural: los pobres. “No te olvides de los pobres”, de dijo el cardenal brasileño Hummes que se sentaba junto a él en el cónclave. “¡Cómo desearía una Iglesia pobre para los pobres!”, añadió él mismo días más tarde. Por ahí pasa la reforma de Francisco, como antes la del pobre de Asís: abrazar la pobreza para ser libres y poder sentirse hermano de todos, especialmente de los pobres. No podía ser otra la misión de un obispo proveniente del tercer mundo. La de los pobres de la tierra y de este tiempo -los refugiados e inmigrantes, las víctimas de trata y de descarte- es la voz de Cristo que clama justicia, dignidad y libertad. A ellos está dando voz Francisco.

Muy pronto, el mismo Francisco se encargó de ofrecernos otra palabra clave de su ministerio, porque antes lo ha sido de su propia persona. Esa palabra es: misericordia. La misión de la Iglesia no es condenar -confiaba en una entrevista- sino hacer posible el encuentro con las vísceras de misericordia de nuestro Dios. De ahí, otras dos palabras que modulan la anterior: ternura y compasión. La Iglesia ha de vivir su misión, en este mundo lacerado, como el buen samaritano que hace todo y más para sanar a los heridos. Hacerse realmente cargo de la fragilidad humana, en todas sus formas: en los individuos, sin juzgar su conciencia (“¿Quién soy yo para juzgar…?”); a los que están lejos, en las diversas periferias del mundo; a los que intentan vivir el amor, con aciertos y errores, etc.

Por eso, otra palabra clave -para mí, tal vez, la más decisiva- es misión. Con todas sus derivaciones y modulaciones posibles, la más famosa de todas: “Iglesia en salida”. Lo contrario es una comunidad cristiana que se mira a sí misma y se enferma. Mirar desde la periferia es la óptica de Dios, de su Hijo encarnado y de la Iglesia de Jesús. Por eso, una Iglesia que busca por las calles, que llama y que anuncia la esperanza que le ha sido confiada. Es cierto: el Papa no viene a Argentina, pero los argentinos (al menos algunos), sin dejar de sentir un poquito de nostalgia, lo sostenemos en sus peregrinaciones al corazón del dolor humano. Miremos qué países ha elegido para visitar. Eso cuenta.

En todo esto que vengo diciendo, otra palabra clave, asoma su rostro, una y otra vez. Es la palabra: alegría. La alegría del Evangelio y la alegría del amor, como nota distintiva de una genuina experiencia cristiana. Según la tradición teológico espiritual de la Iglesia, apoyada en la Escritura, la alegría es signo de la presencia consoladora del Espíritu en el alma y fruto maduro del amor y de la esperanza de la fe. En otras palabras: del encuentro con Jesucristo vivo. Conocerlo a Él, y darlo a conocer, es el mayor gozo de la Iglesia, parafraseando Aparecida. Una alegría que se transmite con gestos humanos, sencillos y que no necesitan demasiada solemnidad ni explicación. A beber en esa fuente, nos está invitando, una y otra vez, el mensaje de Francisco.

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Hasta aquí mi cosecha de palabras clave para sentir el paso del Espíritu en la Iglesia a través de su servidor Francisco.

Las vuelvo a enunciar: Francisco, pobres, misericordia, misión y alegría.

Se podrían añadir más. Por ejemplo, ¿qué palabra recogería la rica enseñanza de Laudato Si? ¿Y qué decir sobre el «discernimiento» que refleja la solidez de la herencia de Ignacio como modo de pensar y de actuar? Él mismo nos ha indicado algunas de innegable peso espiritual y teológico, para comprender el misterio de la Iglesia: comunión, sinodalidad, colegialidad.

Podríamos seguir. Pero aquí me detengo.

Las palabras son siempre necesarias para acercarnos al misterio que es cada persona. Si las usamos como etiquetas, degradan su función, pues terminan ofreciendo una caricatura de la realidad. Han de quedar siempre abiertas, como señales que indican la dirección correcta, estimulan a caminar y, en el caso de los que nos sabemos enriquecidos por la visita de la Palabra de Dios encarnada, a seguir buscándolo a Él en el camino de nuestra vida.

Las palabras con las que intentamos comprender lo que están significando estos cuatro años del ministerio del Papa Francisco, se entrecruzan con aquellas que cada iglesia particular y cada discípulo de Cristo, hemos de buscar para ser fieles al Evangelio, aquí y ahora.

Jesús sigue llamando a Pedro para que confiese la fe y, así, confirme la fe de sus hermanos.