Padre nuestro…¡el pan de cada día!

pan_amasando1portal«La Voz de San Justo», domingo 5 de marzo de 2017

“…no me des ni pobreza ni riqueza, dame la ración necesaria (Prov 30,8)

“Mi Padre les da el verdadero pan del cielo…” (Jn 6,32)

“No solo de pan vive el hombre…” (Mt 4,4)

Después de los tres deseos, que centran al orante en Dios y en su designio de amor, siguen cuatro peticiones que reflejan las necesidades del corazón humano, tal como las experimenta el mismo Jesús.

La primera de estas peticiones es la del pan.

Y vamos a meditar sobre ella en este primer domingo de Cuaresma que, como todos los años, nos lleva con Jesús al desierto: lugar de prueba y de lucha, espacio privilegiado de encuentro con Dios, en medio de la experiencia fuerte del límite humano.

Allí, después de cuarenta días de ayuno, el Señor siente hambre. Frente a la sugestión del demonio, su vigorosa respuesta nos ilumina: “No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Dt 8,3).

Jesús ha aprendido a nutrirse de la Palabra de Dios. Ha hecho de las Escrituras de Israel el alimento fundamental de su vida. Ese ha sido, para él, el pan cotidiano, sustancioso y vivificante que, llegado el momento de la prueba, le ha dado el vigor de resistir la insinuación engañosa del tentador.

Sintiendo el hambre en su cuerpo, se descubre saciado por el pan de la Palabra de su Padre que le llena la vida…

Alimentarse cada día de las Escrituras es disponerse a la aventura más grande que puede vivir un ser humano: escuchar a Dios que, como Padre amoroso, le habla, le tiende la mano y lo invita a caminar.

Del desierto, Jesús, lleno del Espíritu, saldrá por los caminos para llevar a todos sus hermanos hambrientos el pan sustancioso de la misericordia y compasión de Dios.

Él mismo es el Pan de Dios para el hambre del mundo. Y lo será hasta la entrega total de sí mismo, cuando la pascua de su pueblo se transforme en la pascua de su pasión, muerte y resurrección.

A la víspera de esa entrega de amor hasta el fin, Jesús dejará a los suyos el sacramento del pan eucarístico, para que sus discípulos nos alimentemos, también como él, cada día de nuestra vida, con el pan sabroso de la Palabra de Dios y de su cuerpo resucitado para la vida del mundo.

Cuando Jesús enseñe a orar a sus discípulos, invitándolos a suplicar el pan cotidiano al Padre del cielo, los estará invitando a vivir como él, es decir: al día, como los jornaleros y los mendigos, sabiendo que la vida es un don que, también cada día hay, hay acoger y entregar con la misma lógica de amor, gratuito y generoso.

En estas cosas esenciales para el ser humano no cabe el “toma y daca” del comercio, menos aún el cálculo, el interés o la especulación. La vida, o se vive como don, o se malgasta y se pierde.

Suplicar al Padre el pan cotidiano, con Jesús y como él, es ponerse en esta sintonía fina del amor hasta el fin. Es dejarse transformar por la misma sensibilidad de Jesús que, suplica y enseña a pedir el pan cotidiano, y, por lo mismo, se siente cercano a todos los mendigos de la vida: los pobres, los enfermos, los rechazados, los olvidados y despreciados.

“Esa petición -escribe un teólogo contemporáneo- contiene tal densidad evangélica que solo la pueden pronunciar de corazón los que viven sirviendo a Dios y no al Dinero (Lc 16,13), los que “buscan el reino de Dios y su justicia” sabiendo que todo lo demás “se dará por añadidura” (Mt 6,33), los que “lo venden todo” al descubrir que “no llevan bolsa ni alforja” (Lc 10,4) mientras caminan anunciando el Reino. Los que viven esta forma de vida entienden la petición del pan de cada día” (José A. Pagola).

El Pan vivo que pedimos al Padre es, en definitiva, Jesús mismo, su Palabra, su Eucaristía, su corazón y sus sentimientos en nosotros. Es su Espíritu…

Es también el perdón y la reconciliación, sin los cuales no hay vida humana posible.

Pero de esto hablaremos el próximo domingo.