Miércoles de Ceniza 2017

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Homilía en la Misa del Miércoles de Ceniza – 1 de marzo de 2017 – Catedral de San Francisco

Estamos iniciando el camino cuaresmal.

Es una peregrinación que hacemos juntos, como familia, como Iglesia.

¿Cuánto dura esta peregrinación?

Los cuarenta días de la Cuaresma que desembocan en los cincuenta del Tiempo Pascual.

En realidad, dura lo que dura nuestra vida que es, en sí misma, un camino hacia la Vida plena en la Casa del Padre.

¿Qué nos pone en camino?

La invitación que nos llega de labios de la Iglesia, nuestra madre, pero que es un eco de una llamada permanente de Dios: ¡Volvamos al Señor! ¡Dejémonos reconciliar por Él! ¡Demos los frutos de una sincera conversión!

Queridos hermanos y hermanas cristianos:

Como su obispo, los invito a experimentar la alegría de estar haciendo juntos el camino de la conversión.

Ninguno de nosotros tiene su vida cristiana hecha: nos necesitamos, unos a otros, especialmente cuando nos cansamos o, incluso, cuando nos desanimamos.

¡Volvámonos, entonces, a Dios con el corazón!

Ese es el lugar decisivo: el corazón.

El Padre -dice Jesús- ve en lo secreto.

Allí, en lo secreto del corazón, actúa: hiere y purifica, cura y consuela, transforma con su amor compasivo y misericordioso.

Les ofrezco también una imagen bíblica, que nos puede estimular en este camino. La tomo del mensaje de San Pablo que hemos escuchado:

A Aquel que no conoció el pecado, Dios lo identificó con el pecado en favor nuestro, a fin de que nosotros seamos justificados por Él. (2 Co 5,21)

Es una afirmación misteriosa, pero también plena de la luz de Dios.

Miremos a Jesús, manso, paciente, humilde y peregrino.

Él carga con todo el dolor de la humanidad.

Por eso, Jesús conoce a fondo todo lo que te humilla, el barro del que estás hecho, la miseria que anida en el corazón humano.

Este Jesús humillado está siempre junto a todos los humillados, a los que son, una y otra vez, pisoteados por los poderosos de este mundo.

Desde allí nos llama a la conversión, porque nos llama a un amor de compasión semejante al suyo, es decir, a ser capaces de hacernos hermanos y hermanas de todos los que sufren.

Que la compasión de Jesús toque nuestros corazones, los quebrante y los abra al amor de Dios.

Esa es la conversión que pedimos para este tiempo de Cuaresma-Pascua que iniciamos.

Para toda nuestra vida.

Amén.