Padre…que se haga tu Voluntad

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«La Voz de San Justo», domingo 26 de febrero de 2017

Confieso que, hablar de la “voluntad de Dios”, me produce una sensación de difusa incomodidad. Hay algo, en alguna parte, que no encaja del todo. Al menos, es lo que me pasa a mí.

¿Por qué “su” voluntad, en vez de “mi” voluntad? ¡Soy un hombre libre! ¿Por qué subordinarme a un poder que viene de fuera, a normas y leyes que, serán muy sabias, pero que no termino bien de entender qué tienen que ver conmigo?

Y, sin embargo, Jesús me invita a desear, como él y con él, que se haga la voluntad de su Padre, aquí en la tierra como en el cielo. Será su dramática oración en el huerto de Getsemaní: “Abba, Padre, todo te es posible: aleja de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Mc 14,36). Y el evangelista anota algo sorprendente: Jesús, el Hijo, al sumergirse así en la oración, siente angustia, “una tristeza de muerte” …

Por aquí comienzo a serenar mi ánimo: ponerme en sintonía con Jesús; verlo a él buscar, en todo, la voluntad de su Padre; que ella sea el pan cotidiano de su vida de peregrino y misionero. Verlo hacer la voluntad de Dios estando con los pobres, los pecadores, resucitando a los muertos, entregando la vida. Por ahí va la cosa.

En Jesús hemos conocido la libertad de Dios que no es autoritarismo de líder tóxico, capricho de celebridad de moda, ni desinhibición del que no se ha dado cuenta de que otros están con él en la aventura de la vida.

San Pablo se lo dirá, de modo solemne, a su joven discípulo Timoteo: “Dios quiere que todos los hombres se salven, y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2,4).

En realidad, este tercer deseo es una variación de los deseos que venimos orando ya: Padre…santifica tu Nombre, dándote a conocer como Padre, sobre todo, reinando en este mundo injusto y oscuro, con la luz de tu ternura, de tu justicia y de tu misericordia. Esa es, precisamente, tu voluntad; lo que Vos has querido con tu libertad soberana, tan sabia como llena de amor verdadero. Has querido la vida de todos los que están amenazados por la muerte. Toda tu libertad y tu misma voluntad divina se concentran en una palabra sagrada que también hemos conocido gracias a tu Hijo, Jesús: resurrección.

Eso es lo que has querido siempre, desde el primer instante de la creación. Es lo que Vos querés, y lo que yo busco, aunque, en ocasiones, me pierdo un poco…

“En la tierra como en el cielo”. Ya lo dijimos, la bella imagen del cielo nos habla de la trascendencia de Dios, que es misterio de amor y de libertad, que no podemos jamás usar para nuestros propios fines. Añadamos ahora una consideración más: el cielo ha sido abierto para nosotros por Jesús, por su pascua de pasión, muerte y resurrección. Nuestro cielo es la humanidad gloriosa del Señor, cuerpo entregado y transfigurado en el que hay lugar para todos. En ese cuerpo transfigurado por el Espíritu, el querer de Dios se cumple plenamente: vida para todos.

Suplicamos en el Padrenuestro que, aquí en nuestra vida frágil y siempre amenazada, se cumpla el designio de Dios. Por eso, que nuestra libertad aprenda a buscar y hacer propia la salvación que Dios quiere dar a todos sus hijos y también a todas las demás criaturas del mundo.

La historia humana es ese campo de batalla donde, día tras día, el ser humano tiene que comprometerse con el bien, la justicia, la verdad y la belleza, a sabiendas que en su propio corazón contienden otras fuerzas oscuras.

Suplicamos que se haga la voluntad del Padre en esta historia, porque aprendemos por una dolorosa experiencia, que nuestra libertad no consigue todo, de una vez y para siempre. Suplicamos hacer la voluntad de Dios, alimentándonos de ella cada día, con la fatiga de tener, muchas veces, que empezar de nuevo, haciéndonos cargo de las limitaciones propias y ajenas. Eso sí: seducidos por el Reino de Dios que viene y que se ha manifiesta en la gloriosa humanidad nueva de Jesús…y de su madre, María, asunta al cielo.

María también sabe qué significa hacer la voluntad de Dios en la tierra como en el cielo: “Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho” (Lc 1,38).

A esta mujer fuerte, corajuda y libre nos confiamos, como a experimentada maestra espiritual en la búsqueda de Cristo. La mejor que tiene la Iglesia.