El cambio en los feriados dispuesto por el gobierno nacional me parece, por muchas razones, una disposición positiva.
Se ha suscitado una comprensible polémica porque el 24 de marzo, Día de la Memoria, según esta normativa, dejaría de ser un feriado inamovible.
Quisiera ofrecer mi punto de vista al respecto.
Pienso que la fecha debería seguir como hasta ahora; es decir, como un feriado inamovible.
No me convence que hagamos memoria de la gran tragedia argentina precisamente el día en que fue roto el estado de derecho y el orden constitucional. Pienso que, por ejemplo, el 10 de diciembre, sería un día más apropiado. Ese día, los argentinos pronunciamos un sí no solo a la democracia, sino a todo un modo de entendernos a nosotros mismos y nuestra convivencia, como hasta entonces no lo habíamos hecho.
Sin embargo, por respeto a la conciencia de los conciudadanos que ven esa fecha indisolublemente unida a la causa de los derechos humanos, creo que tendríamos que seguir manteniéndola como efemérides de valores compartidos, aunque con acentos diversos.
Hay mucho dolor, lucha y dignidad en muchos argentinos que así piensan. No tener sensibilidad para esto sería una gran pérdida para todos. Un paso atrás en la convivencia que queremos construir, a partir de una negación tan radical del otro como la de aquellos tiempos oscuros.
Un cambio como el propuesto, a mi criterio, supondría un camino de consenso que todavía estamos transitando. En este, como en otros puntos delicados, necesitamos un mayor ejercicio de diálogo y debate ciudadano.
Me apoyo para ofrecer esta perspectiva en una convicción personal, que también comparto aquí: la convivencia ciudadana en el seno de una sociedad como la argentina no tiene que suponer que todos sus integrantes estemos de acuerdo en la misma interpretación de los hechos del pasado. Tampoco que coincidamos en el mismo ideario cultural o político. Ni tan siquiera en el mismo proyecto de país.
El punto clave, para mí, es que, reconociendo todas nuestras diferencias, podamos reconocernos, unos y otros, como semejantes, como sujetos responsables y dignos de ser escuchados y tenidos en cuenta. La legitimidad ética de la democracia aquí tiene un punto sólido de referencia.
No pienso como vos. No valoro la historia con tus criterios. No miro el futuro como lo hacés vos. Pero te reconozco como otro igual a mí.
Ese es, para mí, el punto de contacto humano (de orden espiritual y moral) que hemos de promover para construir una convivencia ciudadana madura. Incluso para aceptar formas parciales de realización de lo que consideramos bueno y justo. No mera tolerancia, sino acogida del otro en cuanto tal.
Los que creemos en Cristo tenemos además profundas razones basadas en el Evangelio para transitar este camino, entre otras la capacidad de Dios de hacerse cargo del sufrimiento del otro, como lo ha mostrado Jesús, el Buen Samaritano.
Es mi punto de vista.
Parcial y opinable.
Lo ofrezco lealmente como una voz más junto a otras voces.