«La Voz de San Justo» – domingo 15 de enero de 2017
A partir de este domingo, quisiera compartir con ustedes algunas sencillas reflexiones sobre la principal oración cristiana: el Padrenuestro.
La oración no es lo más importante de la vida cristiana. Ese lugar lo ocupa, sin dudas, el amor a Dios y a los demás. Pero, sin oración no hay vida cristiana.
Un cristiano que no ora está en “situación de riesgo”, decía San Juan Pablo II: el riesgo de dejar que el ambiente secularizado disuelva su fe. Vivirá un cristianismo más bien externo, social. Le faltará la savia del encuentro personal, cara a cara, con ese fuego transformante que es el Dios vivo. ¿No es esto lo que nos está pasando ahora? ¿La crisis de fe que vivimos no es, entre muchas razones, una crisis de oración?
Según el relato de San Lucas, viéndolo a Jesús mismo en oración, sus discípulos le dijeron: “Señor, enséñanos a orar…”.
Jesús en oración: aquí ya está todo. La oración cristiana, tan variada en sus formas, es siempre eso: entrar en la oración de Jesús al Padre. Es la oración del Señor, la que expresa en palabras sus sentimientos filiales más hondos: confianza, inmediatez e intimidad, alegría, entrega a fondo, dejarse llevar…
San Pablo dirá que los cristianos hemos recibido el mismo Espíritu del Hijo que clama en nosotros “Abbá-Padre”.
De ahí la importancia del Padrenuestro.
La estructura del Padrenuestro es muy sencilla: después de la invocación inicial, vienen tres deseos y cuatro peticiones. Los iremos comentando en su conjunto, y uno a uno.
En la Biblia tenemos dos versiones del Padrenuestro: la de San Mateo (Mt 6,9-13), que es la que rezamos habitualmente en la liturgia y en la piedad personal; y la de San Lucas (Lc 11,1-4), más breve y concisa. Aquí comentaremos la de San Mateo.
Antes de comentar propiamente la oración del Señor echemos un vistazo a los dos consejos de Jesús según San Mateo (cf. Mt 6,5-8): hay que orar en lo secreto y no hablar mucho.
En lo secreto, porque la oración es encuentro de un hijo con su Padre. El lugar físico es lo de menos. El lugar interior es la conciencia: allí Dios mora y habla.
Y, por eso, no hablar mucho. Solo dejarse mirar por Dios. No necesitamos fingir lo que no somos. Bastan pocas palabras.
En la conciencia descubro que mi libertad se juega en la obediencia a una verdad que me habita y me trasciende, que yo no produzco y que sin embargo define mi vida. Un indicio de la dignidad de todo ser humano.
Orar como Jesús, en su Espíritu y con las palabras que el ha puesto en nuestros labios es una experiencia de increíble autenticidad y libertad interior. ¿Hacemos la prueba?
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