¡Qué bien nos hace reconocernos peregrinos de la «Virgencita»!
Aquí estamos: a sus pies, y siempre dispuestos a mirarla y dejarnos evangelizar por su rostro materno, sus ojos vivaces y sus manos generosas, siempre abiertas para hacer lugar a nuestras manos que se elevan al cielo.
¿Qué vemos cuando contemplamos la venerada imagen de la «Virgencita»?
Custodiada en este precioso Santuario, su imagen luce ahora reluciente, después de los trabajos de restauración llevados a cabo hace unos meses.
De todo lo que podríamos decir, yo me quedo hoy con esta respuesta: vemos a una mujer llena de vida, plena y feliz; con una envidiable libertad.
Una mujer verdaderamente libre.
¿La razón de esta plenitud de vida?
Su prima Isabel lo dirá en una sola frase, que repetimos cada vez que rezamos el Ave María: «¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!… Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor» (Lc 1,42-45).
Bendita, feliz, bienaventurada y llena de gracia.
¡Feliz por haber creído, confiándote a Dios, a su Palabra y a la potencia de su Espíritu!
Llena de Dios y, por eso mismo, plena de humanidad, toda hermosa, bella en su rostro y, sobre todo, en su alma.
* * *
Me quiero detener, en esta meditación, en este aspecto: María, una mujer plena.
En el centro de su designio de amor, Dios ha dispuesto que una mujer tenga una misión central y decisiva.
El designio de Dios tiene siempre rostro de mujer. Es así en María y en cada mujer que viene a este mundo.
El relato del evangelio que acabamos de escuchar nos presenta la figura femenina de María con trazos realmente muy inspiradores.
Lejos de ofrecernos la imagen de una mujer apocada, casi mojigata, bloqueada o emocionalmente infantil, María se muestra como una jovencita inteligente y vivaracha, capaz de sostener un diálogo fuerte con el enviado de Dios, de escuchar, pensar, preguntar y repreguntar.
María no está frente a la realidad con actitud pasiva o resignada. Sabe escuchar, contemplar y observar, pero también toma posición, busca ver cómo son las cosas, cómo será posible que, por ella, pase el plan salvífico de Dios.
María no asume la postura infantil del que ha descubierto que, si se hace la víctima, obtiene siempre un rédito fácil: que todos lo compadezcan y queden como seducidos por su persona.
Para María, el victimismo es indigno de su condición de mujer, de creyente y de israelita. Ella se sabe llamada por Dios, tocada por su gracia y con una misión insoslayable para cumplir en la vida.
Si pregunta, inquiere y busca es para asumir con mayor conciencia, libertad y decisión la vocación y misión que Dios le revela.
Por eso, el Evangelio la muestra también capaz de tomar decisiones, de empeñar su libertad y de entregarse sin reservas, dispuesta siempre a caminar, a aprender, a dejarse moldear por los acontecimientos de la vida.
Ella sabe que el Dios bueno, sabio y providente, el Dios de las promesas a Israel, es el Dios amigo y compañero de camino de los hombres. El Dios siempre más grande que camina con nosotros y nos espera en cada circunstancia de la vida, incluso y especialmente, las más difíciles, oscuras y desafiantes.
Lo experimentará en la noche del parto, en Belén, cuando tenga que dar a luz en una cueva de animales, convertida en santuario de la vida.
Los experimentará en la hora suprema del dolor y el abandono: ante la cruz de su Hijo y en la larga espera del sábado santo, cuando la tumba parecía haber clausurado toda esperanza, pero ella, en su corazón creyente e intrépido, intuía que Dios iba a tener la última palabra sobre su Hijo y sobre toda la humanidad.
Para María, creer y entregarse confiadamente a Dios, es el camino para llegar a ser plenamente mujer.
* * *
Mirando a María, mujer plena, libre y feliz, nosotros volvemos la mirada a cada una de las mujeres de nuestra sociedad.
También por cada una de ellas sigue pasando el designio de Dios, que le ha confiado a la mujer el misterio mismo de la vida.
María es la nueva Eva, madre todos los vivientes, y ella comparte su vocación con cada mujer que viene a este mundo.
A lo largo de este año, con toda la sociedad argentina, hemos gritado: ¡Ni una menos!, horrorizados por la violencia machista que ha cegado irracionalmente tantas vidas de mujeres, de niños y de otras personas vulnerables.
Esta especie particularmente repudiable de violencia es expresión de cuán enfermo puede volverse el corazón humano, cuando busca disimular su vacío con gestos de prepotencia, de autoritarismo, de seducción o de dominio.
Miramos a María y, con ella, también nosotros decimos: ¡ningún ser humano, ninguna mujer, niño o anciano, puede ser objeto de dominio de nadie!
¡Ay del varón que levanta su mano contra los más débiles!
¡Ay de la sociedad que mira para otro lado cuando los más vulnerables son humillados y violentados, caricaturizados y hechos objeto de burla!
¡Ay de nosotros, los discípulos de Cristo, si no sabemos cuidar, proteger y defender a los más débiles! ¡En ellos, el mismo Señor sufre y nos pide ayuda!
Miremos a María, la toda santa y hermosa, y dejémonos ganar por su fuerza, su coraje y su fe en Dios que le ha permitido alcanzar la más plena humanidad.
Con el Santo Cura Brochero, invoquemos con confianza a la Virgencita, llamándola: «¡mi Purísima!». Guiados por su ejemplo, seamos también nosotros promotores de la dignidad de todos.
Así sea.
Debe estar conectado para enviar un comentario.