¿Qué celebramos hoy?
La liturgia nos hace rezar así: «Dios todopoderoso y eterno, que nos concedes celebrar en una sola fiesta los méritos de todos tus Santos…» (Oración colecta).
En una sola celebración, la santidad de todos. ¡Atención! No dice «muchos» sino «todos»: se trata de todos los santos de Dios.
¿Quiénes son? Muchos, aunque los menos, son los santos conocidos. Los que tienen fiesta y estampita. Los que fueron reconocidos por la Iglesia de forma solemne y gozosa.
De la inmensa mayoría de ellos, sin embargo, no conocemos sus nombres, ni sus historias, ni sus luchas, alegrías y pesares. Es una muchedumbre inmensa, «imposible de contar», al decir del Apocalipsis.
Es también una multitud silenciosa, hasta oculta a los ojos curiosos. No sabemos, aunque podemos intuirlo, de qué manera fueron fieles al Evangelio, dejándose conquistar el corazón por el mismo amor que a nosotros nos atrae.
Pero hoy hacemos profesión de fe en su existencia, porque precisamente a través de sus vidas, Dios muestra el verdadero alcance de su omnipotencia y de la esperanza abierta para nosotros por la Pascua de Jesús.
Confesamos nuestra fe en el Dios tres veces santo que, por la acción de su Espíritu, santifica y vivifica a la humanidad, a través de esa multitud silenciosa que, día tras día, busca su Rostro y busca también vivir a pleno el amor como motor de sus vidas.
La liturgia nos hace escuchar hoy el relato evangélico de las bienaventuranzas. Vale recordar aquí que la palabra «bienaventuranza» quiere decir: una vida lograda según Dios.
Las bienaventuranzas nos permiten reconocer dónde están los santos ocultos que, con su fidelidad a la gracia, abren cada día nuestro mundo caótico y violento a la acción del Espíritu.
De tanto en tanto, sabemos de algunos de ellos.
Consuela saber, sin embargo, que sus vidas siguen ocultas a los ojos del mundo, pero visibles para Dios y para la fe de los discípulos de Jesús que, aleccionados por ellos, aprendemos a confiar, a esperar y a amar.
Allí donde caminan los hombres, tantas veces a tientas, confundidos y enceguecidos, allí también caminan los santos de Dios, llevando un rayo de luz, aunque más no sea para dar un pequeño paso, cada día, en la dirección correcta: hacia la vida plena en la resurrección.
Por todo ello: ¡gracias!
PS: Las imágenes que ilustran este artículo están tomadas de los tapices que flanquean las naves de la catedral de Los Ángeles. El artista ha representado a los santos venerados por la Iglesia con el rostro de hombres y mujeres contemporáneos. Ha fundido así, en una sola imagen, el sentido de esta celebración de hoy.
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