Este lunes 24 de octubre, el obispo Sergio Buenanueva tuvo un encuentro con los encargados de canto de la catedral de San Francisco. Les ofreció algunos puntos de reflexión sobre el sentido del canto y la música sagrados, cuya síntesis ofrecemos a continuación.
Algunos puntos sobre el canto sagrado en la liturgia católica
Encuentro con los encargados del canto de la catedral de San Francisco
Lunes 24 de octubre de 2016
«No quiero que se cante en la Misa. Quiero que se cante la Misa» (San Pío X).
El canto (y la música) forma parte de la acción litúrgica. No es un adorno. Realza el misterio de la Iglesia en oración que adora, bendice, agradece y glorifica al Dios uno y trino y, al hacer esto, santifica al hombre.
Su función es ministerial: realzar el diálogo entre Dios y su pueblo reunido. El canto está al servicio de la fe de la Iglesia que cree lo que ora. Ha de servir, no dominar.
La primacía la tienen la voz humana y el canto, por sobre los instrumentos y el ritmo, pues el culto cristiano tiene su centro en la Palabra y el diálogo salvífico entre Dios y su pueblo.
En la tradición católica no se acompañan los cantos con palmas (aquí hemos de rectificar el rumbo, corrigiendo ese abuso que desnaturaliza la oración litúrgica).
Respecto a los instrumentos, el órgano sigue siendo el más apto para la celebración litúrgica. Es posible incorporar otros instrumentos, tantos de cuerda como de vientos. La guitarra es de uso común. No así la percusión, especialmente el uso de la batería que responde a géneros musicales que no son congruentes con la liturgia.
La tradición católica conoce tres formas de canto sagrado: 1) el gregoriano; 2) la polifonía; 3) el canto popular (que es el que, desde el Concilio Vaticano II, ha dominado en nuestras liturgias).
¿Qué distingue al canto «sagrado» de otras formas profanas de expresión musical? La Iglesia nos da tres criterios, a saber:
- La santidad: es la armonía que tiene el canto con la acción sagrada que se realiza en la liturgia. El canto sagrado se distingue por su capacidad de oración, de dignidad y solemnidad. Promueve la «sobria embriaguez del Espíritu», no la euforia y la exaltación de las emociones primarias que cierran en vez de abrir el corazón para entrar en el misterio. Han de brotar desde dentro de la liturgia y de la experiencia orante. De ahí la exigencia de que las piezas musicales sagradas estén compuestas para el uso exclusivo del culto.
- La belleza (perfección de formas): debe ser arte genuino, incluso en sus formas más populares y sencillas, es decir: conjugar nobleza, belleza y sobriedad. Obviamente lo banal, superficial y de mal gusto ha de quedar excluido. El canto y la música sagrados participan de la dinámica del signo litúrgico: de la visibilidad del signo sensible al misterio invisible. La belleza como camino de encuentro con el Misterio de Cristo.
- La universalidad, en el sentido de que, habida cuenta de una sana inculturación y adaptación a los diversos estilos musicales, las piezas musicales de la liturgia deben tener esa apertura que hace que un católico de cualquier cultura se sienta como en casa, al celebrar la liturgia.
Los obispos de EEUU señalan que, a la hora de preparar el repertorio musical de la liturgia, hay que atender a un triple juicio: musical, litúrgico y pastoral.
- Juicio musical: la música que cantemos en la liturgia debe ser «buena música», tanto antigua como nueva, y en la diversidad de estilos, también populares. Con sensatez y paciencia: «No se dejen ofender por lo imperfecto mientras se esfuerzan por lo perfecto» (San Agustín). La música para el culto debe ser buena, pero no toda música es buena para el culto.
- Juicio litúrgico: aquí lo decisivo es que sea la misma acción litúrgica la que nos guíe en la selección y ejecución de los cantos. De inspiración bíblica. Los encargados del canto sagrado deben conocer lo más profundamente posible la liturgia, en su letra y en su espíritu. Es fundamental respetar los textos aprobados que se contienen en los libros litúrgicos (p.e. en el Misal). Supone una cuidadosa interacción entre los diversos sujetos que intervienen en la celebración: la asamblea y su presidente, el coro y el/los canto/res, el organista y los demás instrumentos aprobados.
- Juicio pastoral: lo deben hacer los responsables concretos de cada celebración (sacerdote, equipo de liturgia y coro). ¿Cuáles son los mejores cantos para que esta asamblea concreta exprese su fe y celebre el culto divino? Una pieza musical puede ser muy buena pero inalcanzable para esta asamblea, por su complejidad o por la sensibilidad espiritual de la asamblea.
¿Qué cantar en la celebración de la Eucaristía? ¿Cómo mejorar nuestras celebraciones? Si el criterio de fondo es «cantar la Misa», es útil tener presentes estos tres grados para discernir cómo elegir las partes para cantar la Misa, a saber:
- Primer grado: los saludos, las 3 oraciones, las aclamaciones; el diálogo del Prefacio y el Sanctus; la doxología de la Plegaria eucarística y su gran Amén; el Padre nuestro con su introducción y conclusión (embolismo).
- Segundo grado: Kyrie, Gloria y Cordero de Dios; el Credo; la oración de los fieles.
- Tercer grado: los cantos procesionales (entrada y comunión); el salmo responsorial; el Aleluya y su versículo; las ofrendas.
Quisiera ofrecerles ahora algunas indicaciones concretas para mejorar nuestras celebraciones que, por lo general, son dignas y profundas, a saber:
- El acto penitencial: el Misal tiene tres formas. Siempre debe estar el «Señor ten piedad». No se puede suplantar por los llamados «cantos penitenciales» (un abuso a corregir).
- Tres cantos del ordinario merecen un especial cuidado: ante todo, el Trisagio (el Santo), cuya letra debe ser la que está en el Misal. También el Gloria y el Cordero de Dios.
- En el rito de la paz no se debe ejecutar ningún canto. El rito es breve y da paso a uno de los gestos eucarísticos más fuertes: la fracción del Pan mientras la asamblea canta el Cordero de Dios.
Breve indicación sobre la liturgia episcopal: las celebraciones que preside el obispo en su catedral tienen un significado especial. De la Exhortación Pastores gregis 34:
Aunque el Obispo ejerce su ministerio de santificación en toda la diócesis, éste tiene su centro en la iglesia catedral, que es como la iglesia madre y el punto de convergencia de la Iglesia particular.
En efecto, la catedral es el lugar donde el Obispo tiene su Cátedra, desde la cual educa y hace crecer a su pueblo por la predicación, y donde preside las principales celebraciones del año litúrgico y de los sacramentos. Precisamente cuando está sentado en su Cátedra, el Obispo se muestra ante la asamblea de los fieles como quien preside in loco Dei Patris; por eso, como ya he recordado, según una antiquísima tradición, tanto de oriente como de occidente, solamente el Obispo puede sentarse en la Cátedra episcopal. Precisamente la presencia de ésta hace de la iglesia catedral el centro material y espiritual de unidad y comunión para el presbiterio diocesano y para todo el Pueblo santo de Dios.
No se ha de olvidar a este propósito la enseñanza del Concilio Vaticano II sobre la gran importancia que todos deben dar «a la vida litúrgica de la diócesis en torno al obispo, sobre todo en la iglesia catedral, persuadidos de que la principal manifestación de la Iglesia tiene lugar en la participación plena y activa de todo el pueblo santo de Dios en las mismas celebraciones litúrgicas, especialmente en la misma Eucaristía, en una misma oración, junto a un único altar, que el obispo preside rodeado por su presbiterio y sus ministros». En la catedral, pues, donde se realiza lo más alto de la vida de la Iglesia, se ejerce también el acto más excelso y sagrado del munus sanctificandi del Obispo, que comporta a la vez, como la liturgia misma que él preside, la santificación de las personas y el culto y la gloria de Dios.
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