El pasado miércoles, subí a Instagram el afiche de la marcha convocada, para ese día, contra la violencia de género en nuestro país. Obviamente, como apoyo a ese reclamo.
Alguna persona me preguntó si, de esa manera, no estaba aceptando los postulados del feminismo. Una pregunta legítima, como la mayoría, si no, todas las preguntas que inquietan el corazón humano.
Mi respuesta fue: el feminismo es un universo complejo y variopinto, con muchas posturas; sin embargo, la causa que expresa el lema «Ni una menos» y ese afiche, es legítima y merece apoyo.
Las objeciones que los católicos hacemos a las teorías de género y muchos de los reclamos del feminismo son fundadas y de peso. Las hemos formulado con claridad. No excluyen, sino que suponen un discernimiento cuidadoso para distinguir lo que consideramos verdadero.
La verdad, allí donde se encuentre, es patrimonio de todo ser humano. Siempre es fatigoso buscarla y formularla con amplitud. Muchos más en las sociedades abiertas y plurales, estos temas deben ser objeto de una amplia discusión ciudadana.
En apretada síntesis: el humanismo cristiano se encuentra en las antípodas de las teorías de género que abrevan, normalmente, en una postura atea y materialista: no hay un Dios creador y, por tanto, el ser humano no tiene una naturaleza predeterminada. El ser humano es pura libertad y apertura. Se hace a sí mismo. Tener cuerpo de varón o de mujer es una cuestión biológica. La identidad de género (hetero, homo, transexual, etc.) se construye libremente. Si, además, se interpreta las relaciones varón-mujer en clave de oposición «varón opresor – mujer oprimida», la distancia con la antropología cristiana es más que evidente.
De ahí que muchos prefieran no usar las expresiones que divulga el feminismo y quienes adhieren a las teorías de género, por ejemplo: femicidio, homofobia, patriarcalismo, género, etc. Es una opción sensata, pues las palabras no son inocentes. Con la palabra viene la ideología.
Sin embargo, la violencia hacia las mujeres es una problemática muy grave. La sociedad viene reaccionando claramente, más allá incluso de las interpretaciones ideológicas o políticas. Las manifestaciones del pasado miércoles así lo muestran. A este fenómeno hay que atender.
Como enseña el Evangelio: siempre es necesario discernir, pues «todo lo que es verdadero y noble, todo lo que es justo y puro, todo lo que es amable y digno de honra, todo lo que haya de virtuoso y merecedor de alabanza, debe ser el objeto de sus pensamientos» (Flp 4,8).
Sin aceptar que el varón es, por sí mismo, violento y opresor, es verdad que, por muchos motivos, las mujeres están en situación de exposición a la violencia machista. Aunque no solo ellas: también son víctimas de violencia irracional otras personas vulnerables. niños y ancianos, por ejemplo.
Una sociedad madura debería hacer posible que los ciudadanos, aun teniendo posiciones ideológicas diversas y hasta incompatibles, pudieran coincidir en algunos puntos fundamentales de consenso, incluso sin coincidir en el uso de determinados términos o expresiones.
Uno de esos puntos de consenso ciudadano -a mi entender- es precisamente este: promover un cambio cultural para reducir los márgenes de violencia hacia las mujeres.
El humanismo cristiano ofrece una perspectiva fundamental: cada ser humano, varón o mujer, es persona, sujeto de una tal dignidad y derechos, que jamás puede ser reducido a objeto o medio para ningún fin. La vulnerabilidad añade un plus ético al que toda sensibilidad genuinamente humana ha de atender con especial énfasis.