Estamos con el Papa que no viene

con-argentina-en-el-corazon-y-en-el-humorMensaje del Papa Francisco a los argentinos

Son de agradecer las palabras de la semana pasada del Papa Francisco a los argentinos.

Su mensaje ha sido directo, evangélico y abierto hacia delante.

Es verdad, nos ha dicho que tampoco será posible que el año próximo esté entre nosotros. Personalmente, lo lamento mucho, pero también lo entiendo, y me pongo de su parte.

Francisco ha recibido del Señor una misión como pastor universal de la Iglesia que está cumpliendo con amplitud y coraje. «El mundo es más grande que Argentina…», dijo como al pasar. Ha puesto la mirada, especialmente, en las que él llama: las periferias geográficas y existenciales. Hacia allí se le va el corazón, las palabras más sentidas y también sus viajes.

Seguiremos, por tanto, esperando, pero sin ansias desmedidas, concentrados también nosotros en la misión de anunciar a Cristo a nuestros hermanos. También nosotros poniendo el acento en la misericordia, la compasión y la ternura hacia los más débiles.

Nuestras iglesias locales tienen proyectos, ilusiones, múltiples desafíos e iniciativas evangelizadoras. Hasta las más pequeñas y humildes están llenas de la vida del Espíritu, siempre variada, rica y multiforme. Aquí también hemos de concentrarnos, poniendo todas nuestras energías en llevar el Evangelio.

Iglesia en salida. Familias en salida. Papa y obispos en salida. Curas, laicos y consagrados en salida, y ampliando así el número de discípulos misioneros del Evangelio.

El Santo Padre Francisco, tras las huellas del Concilio Vaticano II, está trabajando por una Iglesia católica en la que, los obispos y cada iglesia local asumamos nuestro rol como sujetos activos de vida eclesial y de evangelización, y no como meros repetidores de palabras, gestos y modismos del Papa.

Su apuesta por la sinodalidad, la colegiadad y la rica catolidad es una cuestión de fondo para el camino de la Iglesia hoy. Nuestro mundo vive grandes transformaciones que tienen que ver, precisamente, con múltiples tensiones entre la cultura global y las culturas locales. Allí hemos de vivir nuestra fe y nuestra condición eclesial.

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La decisión del Papa de no venir todavía a Argentina ha despertado, como era de esperar, diversas y legítimas interpretaciones.

Inmersos como estamos en una cultura forjada por los maestros de la sospecha, las especulaciones acerca de lo que dijo o no dijo, lo que insinuó o lo que esconden sus decires, se disparan al infinito. Los periodistas y analistas políticos escudriñan cada segundo de los 11 minutos del video papal, en el esfuerzo de encontrar las claves ocultas del mensaje.

No se lo reprochamos. Ese es su oficio crítico e inquisitivo, clave además para la buena salud de la cultura democrática de la sociedad plural. También para la vitalidad de la comunidad eclesial.

Solo que los receptores de esa ensalada de interpretaciones también tenemos que mantenernos críticos y con una buena dosis de libertad interior frente a respuestas necesariamente parciales y hasta unidireccionales a problemas complejos.

Mi opinión personal: no tengo razones serias ni fundadas para pensar que hay otros motivos más allá de los enunciados por el Santo Padre en su mensaje para explicar por qué no viene a Argentina.

A mí, como católico y, sobre todo, como obispo me toca dejarme guiar por lo que el Santo Padre formula explícitamente. Y su mensaje -lo repito- ha sido evangélico y estimulante para el camino que tenemos por delante: echarse la patria al hombro, viviendo, cada día, ese maravilloso proyecto de humanidad que contienen y expresan las obras de misericordia.