¡Vuelve la Virgencita!

«Sin María, el Evangelio se desencarna, se desfigura y se transforma en ideología, en racionalismo espiritualista» (Documento de Puebla 301).

En todo este tiempo, al ver vacío el lugar de la «Virgencita» en su santuario de la Villa Concepción, estas palabras escritas en el lejano 1979 me han venido a la mente.

Confieso que, al ver su hornacina vacía, adornada solo con una flor y un rosario evocadores de la gran ausente, varios sentimientos se han mezclado: inquietud, ansiedad y cariño. Claro, uno se tranquilizaba pensando: «es solo una ausencia provisoria…ya vendrá de nuevo».

He recordado también la ingeniosa respuesta del cardenal Karol Wojtyla a la prohibición comunista de llevar imágenes en las procesiones. Cuando llegó la fiesta de la Virgen de Czestochowa, patrona de Polonia, hizo la procesión por las calles de Cracovia con el marco vacío. Todos sabían quién era la que allí se anunciaba: presente en la ausencia.

Este fin de semana – ¡por fin! – la querida imagen vuelve a su casa. Está por cumplir trescientos años de presencia y era oportuno algún trabajo de conservación. Por eso, se fue a Córdoba, pero ahora vuelve para seguir en medio de su pueblo.

No deja de sorprenderme el «lugar» que María ocupa en la vida concreta de la Iglesia. Lo que hace su presencia en la experiencia de la fe de los discípulos de Cristo. ¡Lo que es capaz de generar su presencia o su sencilla evocación!

María hace que el Evangelio se encarne, toque la vida, le da humanidad a la fe. María hace que la fe se vuelva mirada, gesto, cercanía. Hay que mirar su imagen, cruzarnos con su mirada. Si es posible, tocar su imagen o, al menos, sustraer furtivamente una flor de su altar. Algo concreto, visible y muy corpóreo que nos recuerde que Dios tomó de ella nuestra propia carne humana. Y, así, ha hecho suya para siempre nuestra condición humana.

Parece mentira, pero hemos necesitado este Jubileo de la misericordia para volver a escuchar, casi como si fuera la primera vez, que Jesús es médico de enfermos, no de gente sana y perfecta. Que ha venido a buscar a los perdidos, no a premiar a los que tienen todo en orden. Que normalmente es la gente herida la que mejor entiende que el Evangelio es una buena noticia de salvación, da amor gratuito y de perdón. Que, no obstante, nuestros pecados y fragilidades, la compasión de Dios puede también pasar por nuestras manos y llevar alivio a nuestros hermanos.

Esa es precisamente la gracia que ofrece, a manos llenas, todo santuario mariano. Es lo que experimentamos cada vez que entramos a la bella iglesia de la Villa Concepción.

¡Bienvenida Madre a tu casa! Nos sentíamos un poquito huérfanos. Tus manos abiertas están de nuevo esperándonos para recibir nuestras oraciones, nuestras lágrimas y nuestros deseos. También para alentarnos a vivir, con vos y como vos, la hermosa aventura de llevar la misericordia, la ternura y la compasión de Dios al corazón de nuestro mundo herido.