Nuestra diócesis vive este fin de semana una nueva e intensa jornada mariana: celebramos a la Virgen de la Merced. En tres lugares se la venera con especial cariño: Arroyito, «ciudad de María»; Plaza de Mercedes y La Francia.
Hacia estos tres lugares se encaminan miles de peregrinos, llegados de distintos puntos, no solo de esas localidades de nuestra diócesis. También hacia allí irá el obispo como peregrino y pastor.
¿De dónde viene esta devoción a María que ha calado tan hondamente en el corazón de nuestro pueblo? En Córdoba, como en el resto de Argentina y América, se debe a la acción evangelizadora de la orden mercedaria, tanto de los padres como de los diversos institutos femeninos.
Pero tenemos que ir más allá en el tiempo. Tenemos que viajar a la Edad Media (fines del siglo XII y primera mitad del XIII) y al gran puerto de Barcelona sobre el Mediterráneo. Allí hemos de buscar a un laico santo: Pedro Nolasco. Su experiencia de Dios no solo lo marcará a él, sino que atraerá a muchos otros en una aventura espiritual de la que forma parte María de la Merced.
Nolasco es un hábil comerciante y, por lo mismo, un viajero incansable, arriesgado y algo aventurero. Está ávido de ganancias materiales. De hecho, ha logrado acumular una buena cantidad de riquezas.
Sin embargo, como a Pablo y a tantos otros, el encuentro con Cristo le da una nueva orientación a su vida. Cristo, el buen Samaritano, despierta en Nolasco una compasión intensa por los cristianos cautivos de los musulmanes, especialmente las mujeres y los niños. Y hace algo increíble: comienza a utilizar sus riquezas para pagar el rescate de aquellos pobres esclavos. Pronto se le unirán otros laicos a esa empresa. Surgirá así la «Orden de la Virgen María de la Merced».
¿Qué le ha pasado a Pedro Nolasco para dejar de buscar acumular riquezas para sí y gastar sus posesiones materiales para socorrer a otros? Ya lo dijimos: es el encuentro con Cristo el que abre su corazón a la compasión por el que sufre.
Pero, en esta experiencia espiritual, María tiene un rol particularísimo. Ella interviene personalmente para que este cambio del corazón acontezca en la vida de Nolasco. Ella le ha hecho esta «merced». María ha realizado con Pedro Nolasco una obra de misericordia, liberando su corazón del egoísmo y abriéndolo a una caridad heroica, que pondrá las bases al carisma mercedario de la redención de los cautivos.
La experiencia de Dios misericordioso, la compasión con los cautivos y la presencia materna de María son aspectos inseparables del carisma que el Espíritu le ha regalado a la Iglesia a través de San Pedro Nolasco y la familia mercedaria.
Casi que podemos traducir «merced» por «misericordia». María es la Virgen de la Merced porque ella procura la gran misericordia del Padre a través de Cristo redentor y del Espíritu: llevar libertad a quienes ven lesionada su dignidad humana, en cualquiera de las esclavitudes, pasadas o modernas, que la injusticia humana es capaz de generar.
Desde el corazón de la Edad Media viene a nosotros esta potente luz evangélica y humana. Nos interpela tanto como nos ilumina.
Nuestra diócesis está marcada por la presencia de María de la Merced. Ha de ser mucho más que una devoción que congrega a multitudes. Es una llamada del Dios de la compasión a cada uno de nosotros a hacernos cargo de las esclavitudes de nuestros hermanos.
¿No nos estará pidiendo María que, como Nolasco y sus compañeros, también nosotros dejemos de pensar tanto en nosotros, en nuestro bienestar y en nuestros pequeños mundos, y nos abramos con amplitud a todo el dolor y sufrimiento que nos rodean, a sus esclavitudes espirituales, morales y también físicas? ¿No te estará llamando el Señor con nombre y apellido para esta obra de redención y libertad?