Cuidar la alegría del amor

Para el humanismo cristiano, el cuerpo es clave. El hombre no tiene un cuerpo, sino que es cuerpo. «Uno en cuerpo y alma»: la fe y la razón se dan la mano para interpretar así ese inefable misterio que es la persona humana.

En su reciente Exhortación Amoris Laetitia, el Santo Padre Francisco retoma y actualiza aquellas luminosas enseñanzas que San Juan Pablo II desarrolló al inicio de su pontificado sobre la dimensión esponsal del cuerpo humano.

El cuerpo es la primera palabra visible que cada persona recibe del Creador, y que le indica lo que es y está llamada a ser. En el cuerpo está inscrito el secreto de la vida y de su perfección espiritual en el amor. De ahí que, saber escuchar lo que el cuerpo dice es fundamental. Toda la educación podría impostarse desde esta perspectiva: enseñar a descifrar el lenguaje de la corporeidad, a asumirlo gozosamente para vivirlo en plenitud.

En el cuerpo humano está inscrita la vocación de la persona. Nos lo recuerda, cada día, la santa Eucaristía, en la que repetimos las palabras más sagradas de nuestra fe: «Tomen. Esto es mi Cuerpo que se entrega por ustedes».

El del cuerpo es un lenguaje primordial, a través del cual, la persona humana, dice lo más bello y verdadero que puede decir: el don sincero y total de sí misma por amor y en libertad.

Puede -y debe- decir la verdad de la persona, de su libertad y de su vocación a la alegría del amor. Pero, como todo lo humano, puede también hacer lugar a la mentira y, como un inevitable derivado, a la tristeza y el desaliento.

De ahí la serena, pero también realista, advertencia del Papa Francisco de «cuidar la alegría del amor» (AL 126). Lo dice a los esposos, pero vale para todos.

Desde que el mundo es mundo, esta vocación a la alegría se encuentra amenazada por fuerzas adversas, que se manifiestan, de manera especial, en ese campo tan frágil, fascinante y decisivo que es la sexualidad humana. Y hablar de sexualidad es hablar de la capacidad de amar, con alma y cuerpo, que solo tienen las personas. Es tocar lo más humano del ser humano.

Así lo describe el Papa Francisco: «En esta época se vuelve muy riesgoso que la sexualidad también sea poseída por el espíritu venenoso del «usa y tira». El cuerpo del otro es con frecuencia manipulado, como una cosa que se retiene mientras brinda satisfacción y se desprecia cuando pierde atractivo. ¿Acaso se pueden ignorar o disimular las constantes formas de dominio, prepotencia, abuso, perversión y violencia sexual, que son producto de una desviación del significado de la sexualidad y que sepultan la dignidad de los demás y el llamado al amor debajo de una oscura búsqueda de sí mismo?» (AL 153).

Las amenazas son enormes. En realidad, siempre lo han sido. Por eso, de lo que se trata es de ayudar a las personas, sobre todo a niños y jóvenes, a «humanizar la sexualidad». Y, para ello, se requiere una exquisita virtud pedagógica que, sin dejarse amilanar por la particularmente ostensible debilidad humana en esta materia, apunte con sabiduría y perseverancia a procesos de crecimiento, que ayuden a educar el corazón, la sensibilidad y las emociones, atentos a desarrollar un sentido muy hondo de la belleza y dignidad del ser humano.

Retomando una sabia enseñanza de San Juan Pablo II, el Papa Francisco señala que ese trabajo artesanal de educar el corazón para la alegría del amor, lejos de mortificar la riqueza de los sentimientos, la ternura e incluso el erotismo, lo que busca es precisamente capacitar para aquella «plena y madura espontaneidad de las relaciones», que «es el fruto gradual del discernimiento de los impulsos del propio corazón»» (AL 151).

Así también se cuida «la alegría del amor» en ese campo tan maravillosamente humano que es el encuentro íntimo entre dos personas -varón y mujer- que se aman y se manifiestan la entrega mutua a través del lenguaje corporal. «Un amor sin placer ni pasión -señala Francisco- no es suficiente para simbolizar la unión del corazón humano con Dios» (AL 142).

En Amoris Laetitia, el Papa Francisco ofrece orientaciones pedagógicas tan realistas y concretas como fieles a ese dinamismo de crecimiento que todos llevamos dentro, particularmente activo en los más jóvenes. Los números 150-157 son particularmente ricos al respecto.

El Papa también ha llamado la atención acerca de la así llamada «ideología de género», que hoy viene siendo impuesta a toda la sociedad, casi sin dejar lugar a observaciones críticas. Una de sus inconsistencias antropológicas más significativas es haber introducido nuevamente el dualismo que considera al cuerpo humano como un enemigo del verdadero ser del hombre.

Quisiera hacer notar que, especialmente cuando se critican conductas o visiones que considera incompatibles con la dignidad humana, el lenguaje de Francisco (como el de sus antecesores) es, cuidadosamente racional, positivo y propositivo, atento sobre todo a destacar la belleza de los valores a promover y la fuerza que la verdad tiene para convencer por sí misma. Lo que se pretende es una discusión honesta y franca, en búsqueda de la verdad para iluminar las conciencias y ayudar efectivamente a las personas.

Este tono positivo y sereno de reflexionar es particularmente necesario en un campo tan delicado, fascinante y complejo como el de la sexualidad humana. Además, la Iglesia misma se ha visto profundamente sacudida por las conductas abusivas de algunos de sus miembros, principalmente clérigos. La cultura que deshumaniza y banaliza la sexualidad, reduciéndola a objeto de consumo y desgajándola de la persona, también se ha instalado dentro de la comunidad cristiana. Hablamos de estos temas, por tanto, con la actitud del que fatiga la condición humana junto a otros, con la humildad del aprendiz.

En fin, «cuidar la alegría del amor» es un desafío, exigente y estimulante a la vez, que nos involucra a todos en la Iglesia.