Y se vinieron . Y fue de repente.
Así son las cosas del Espíritu: a veces, suave brisa; en otras, huracán.
Y no hablemos del fuego, del terremoto, de la paloma sobre el mar.
Parecía que no, pero resultó ser que Argentina es también tierra de santos: Ceferino, Laurita, Artémides, Tránsito, Héctor, José Gabriel.
Y estamos ahora en la cuenta regresiva para la gran «Mama Antula».
Y ya asoman: Cristina, Camila, el cardenal Eduardo y muchos más.
El que parece que les ganó a todos fue el Cura de Traslasierra.
Claro, él tiene la mula, que se va solita por los caminos de Dios.
Si parece que va a entrar en la basílica de San Pedro arriba de Malacara, con poncho y cara de pícaro.
¡Qué abra el camino nomás, porque detrás llegan los otros!
En realidad, ellos ya llegaron.
Ya se cumplió para ellos la promesa que los tuvo de pie, o que los levantó todas las veces que rodaron por tierra: «Donde Yo esté, ahí también estará mi servidor». La promesa de las promesas.
Solo esperan -y con inmensa alegría, esa que nadie les puede quitar- que nosotros nos despabilemos, nos demos cuenta y nos dejemos también llevar.
Porque entre esos «otros» que están en camino de Evangelio estamos nosotros. Todos nosotros.
¿O qué creemos que está haciendo el Espíritu Santo en nuestros corazones? ¿Para qué y para quién creemos que trabaja?
¡Qué alegría da todo esto! ¡Es la alegría del Evangelio, de la que no se cansa de hablar Francisco!
De todo lo que hablamos en la reciente reunión de la Comisión Permanente de la CEA -y hablamos de muchas y muy serias cuestiones- esto es lo que me quedó dando vueltas por el corazón.
Y lo comparto…
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