Trabajo, pan y dignidad

La cercanía de la fiesta de San Cayetano ha despertado el recuerdo del Papa Francisco que, tantas veces, como obispo de Buenos Aires celebró al santo del pan y del trabajo.

Ha escrito una carta muy personal y sentida, dirigida al presidente del episcopado, pero con un mensaje para todos. Nos anima a los obispos a «que sepamos acompañar a nuestros hermanos que piden pan y trabajo». Y que lo hagamos «con cariño, cercanía y oración».

En Argentina -ha dicho- no es tan difícil conseguir quien dé un poco de pan al que lo necesita. Con el trabajo, sin embargo, es otro cantar. Aquí se multiplican las dificultades, pues «seguimos viviendo -escribe- momentos en los cuales los índices de desocupación son significativamente altos».

Con la pobreza estructural, es una de las peores herencias que pesa sobre la entera sociedad argentina. Y viene de lejos. Ni los tiempos de bonanza han logrado reactivar, de forma genuina y sostenida, el mundo laboral de nuestro país. Impresiona, por ejemplo, la realidad de los chicos que ni estudian ni trabajan. Las ‘creativas’ estadísticas del INDEC de la gestión anterior, no lograron disimularlo. Hoy, mientras la reactivación se hace esperar, la inflación y los diversos ajustes golpean a la clase media, a las pequeñas y medianas empresas, y a las economías regionales (la lechería, por ejemplo). Todos sectores claves del mercado laboral.

Pero hay otra afirmación del Papa sobre la que quisiera hacer foco. Es el vínculo entre trabajo, pan y dignidad. Estas son sus palabras: «El pan te soluciona una parte del problema, pero a medias, porque ese pan no es el que ganás con tu trabajo. Una cosa es tener pan para comer en casa y otra es llevarlo a casa como fruto del trabajo. Y esto es lo que confiere dignidad».

Y va más a fondo aún: «Cuando pedimos trabajo estamos pidiendo poder sentir dignidad; y en esta celebración de San Cayetano pedimos esta dignidad que nos confiere el trabajo; poder llevar el pan a casa».

El deterioro del mundo laboral argentino no puede medirse solo con números. El problema más de fondo es que, en amplios sectores de nuestro pueblo, se ha debilitado (por no decir: perdido) ese «sentir dignidad» por el trabajo propio.

Aquí me quedo: «sentir dignidad» en el trabajo. La dignidad de «poder llevar el pan a casa». ¿Cómo recreamos la cultura del trabajo en el alma y en el sentir de las personas, especialmente en los más jóvenes? ¿Cómo superar la cultura populista de la dádiva para la que «ver fútbol» es un derecho humano más básico que el agua potable, o un puntero vale más que un maestro?

En Argentina hemos sido altamente eficaces en demoler, por acción u omisión, ese sentimiento de dignidad.

Lo cierto es que todas las fuerzas vivas de la sociedad argentina estamos en deuda en este punto clave: la casa, la escuela, las iglesias, las organizaciones de la sociedad civil, los dirigentes de empresa, el mundo sindical, los artífices de la cultura. Obviamente, también la política.

Se trata de entrar en el terreno delicado de las experiencias vividas que más nos educan, porque nos enseñan a ser antes que a hacer. Tiene que ver, por ejemplo, con que un chico saboree la satisfacción del trabajo bien hecho, aunque suponga sacrificio, posponer gratificaciones inmediatas y aprender a sobrellevar lo gris de cada día.

Tiene que ver también con la capacidad de futuro del ser humano, con las energías de la esperanza que nos llevan a compartir sueños y proyectos de vida. Es el corazón de un hombre libre que se convierte en ciudadano aprendiendo a no confundir derechos con deseos, y reconociéndose co-responsable en la tarea nunca acabada de lograr el bien común.

Es cierto, trabajar en esta dirección es, hoy por hoy, contracultural y contracorriente. Sin embargo, ¿no es este inconformismo lo que más caracteriza al ser humano como tal? ¿No es una señal de aquella esperanza, activa y testaruda, que forma parte de la experiencia cristiana y que lleva a involucrarnos con el presente, especialmente de los menos favorecidos?

La fe que nace del Evangelio, ante desafíos semejantes, se siente como pez en el agua. San Cayetano es un vivo testimonio de ello. A él le pedimos este «espíritu inconformista» y este sentido profundo de la dignidad humana. Con él podemos contar para esta aventura.