Ignacio de Loyola, discípulo de Jesús

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Comparto estos apuntes breves que he tomado para la homilía de esta tarde en la parroquia de Luque que tiene como insigne patrono a San Ignacio de Loyola. 

La figura de Ignacio es inmensa.

Nos sigue iluminando. Nos atrae y conmueve.

Como les decía hace dos años: nuestra comunidad cristiana de Luque tiene que seguir preguntándose qué ha querido decirles el Señor con este patronazgo.

Quisiera destacar cuatro aspectos de su mensaje espiritual que nos pueden ayudar hoy.

En primer lugar, la centralidad de la experiencia vital de Cristo.

  • Un cristiano es alguien que ha tenido un encuentro personal con un Cristo vivo, que habla, que toca los sentimientos del corazón, que compromete y entusiasma.
  • La palabra «experiencia» es enorme: indica que todo el ser de la persona es tocado y trastocado por ese encuentro. 
  • Los Ejercicios Espirituales apuntan en esa dirección: encuentro con Jesús que transforma la vida.
  • Una apelación a la conciencia y a la libertad del ser humano. Jesús quiere discípulos líbres…

En segundo lugar, la oración como un dejarnos mirar por Jesús crucificado y que, de esa mirada, broten preguntas sobre la vida.

  • Esa experiencia pasa por la oración en la que se va a fondo.
  • El protagonismo es del Señor. Nosotros tenemos que disponernos activamente: buscarlo a Él, buscar espacios concretos de tiempo y de lugar para escuchar su Palabra; buscar el silencio que nos desarma.
  • De lo que se trata -esa es la experiencia- es dejarnos mirar por sus ojos mansos, despojados de toda segunda intención, que solo nos dicen que Él nos ama…
  • Si me dejo mirar así por Jesús, solas surgen las preguntas más inquietantes y profundas. Las que valen la pena…

En tercer lugar, la pasión y la cruz del Señor como el lugar evangélico en el que encontrar la confirmación de nuestras opciones de vida.

  • En el corazón de los Ejercicios Espirituales está la meditación sobre la Pasión de Jesús.
  • La Pasión y, sobre todo, la cruz de Cristo es un libro abierto que nos habla y nos lee a nosotros mismos.
  • Un buen ejercicio: tomarnos un tiempo suficiente para leer y meditar alguno de los relatos de la Pasión.
  • Ante la cruz de Cristo caen todas nuestras máscaras, salen a la luz nuestras miserias, pero también allí se confirman todas nuestras opciones según el Evangelio.
  • La cruz de Cristo es el lugar de la libertad: la de Dios Padre, la del Hijo que se entrega, la del Espíritu que abre los corazones; y es el lugar de nuestra propia libertad que elige el camino del Evangelio.

En cuarto lugar, lo que surge del encuentro con Cristo: una vida transformada que nos lleva a la realidad de los hermanos.

  • Esta experiencia de Cristo nos lleva por los mismos caminos que Él anduvo.
  • Cualesquiera que sean las opciones de vida que hagamos, el camino de Jesús nos saca de la comodidad que nos embrutece y nos lleva al encuentro de los hermanos que sufren, de los débiles, de los que esperan la real compasión de Dios.
  • Me detento en esta palabra que es clave: compasión quiere decir mucho más que un vago sentimiento de dolor por el dolor ajeno, sino el desestabilizante dejarse herir por las heridas, los dolores y las rebeldías de los que sufren. Padecer con los hermanos.
  • Entremos, por tanto, en la escuela de la pasión de Jesús que es la escuela del buen Samaritano que se hace suyo (se hace cargo) el dolor del que está herido en el camino.