¿Por qué celebramos la Eucaristía?
Seguramente, cada uno de nosotros, escrutando su propia experiencia de discípulo, podrá encontrar varias respuestas.
Podríamos componer con ellas un colorido mosaico que, para nosotros, peregrinos de la vida y de la fe, sería un precioso estímulo para seguir caminando.
Nos hace bien compartir lo que nos «mueve» por dentro, las razones que tenemos para vivir, luchar y esperar.
Y eso es, precisamente, la fe: un motor para la vida, un salto de la soledad a la comunión, una invitación a buscar.
Experiencia personal, pero también comunitaria.
En una cultura con fuertes dosis de superficialidad, evasión y despersonalización, procurar espacios para esta comunión de corazones y libertades es, tal vez, uno de los desafíos de más largo alcance de la Iglesia.
El mismo Jesús «inventó» la Eucaristía como un modo de abrir el futuro, romper la soledad y ampliar las dimensiones de su Cuerpo como lugar de encuentro, de amistad y de vida.
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Vuelvo a la pregunta: ¿por qué los cristianos, incluso en medio de las dificultades y cansancios más grandes, nos reunimos en torno a la mesa del altar?
Caminando la historia, la Iglesia ha podido ir comprendiendo mejor lo que su Señor le mandó hacer aquella noche inquietante de despedida, traición y pasión.
El Concilio Vaticano II nos enseñó que la Iglesia crece en la comprensión de la Palabra no solo por el estudio y la predicación, sino también «por la percepción íntima que (los creyentes) experimentan de las cosas espirituales» (DV 8b).
Démosle voz, entonces, al pueblo cristiano que, por esa percepción interior del amor, conoce el sabor del pan eucarístico.
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Con la luz de la Palabra que acabamos de escuchar, podemos iluminar nuestra propia experiencia eucarística.
«Lo que yo recibí del Señor, y a mi vez les he transmitido…». Así comienza Pablo su relato.
Evoca la experiencia que ha tenido en una comunidad concreta, que le ha enseñado a celebrar la Eucaristía y a moldear sus sentimientos, sus opciones y su vida desde ella.
Podríamos sintetizarlos: «Así en la vida como en la Eucaristía». Es lo que intenta transmitir a los corintios.
Hacer la memoria del Señor es mucho más que un rito. El rito trata de resguardar el misterio del amor que la Eucaristía hace presente: «Y, así siempre que coman este pan y beban esta copa, proclamarán la muerte del Señor hasta que él vuelva» (1 Co 11,26).
La Eucaristía es la memoria del despojo de Cristo, de su voluntaria impotencia y debilidad que abren el mundo a la potencia del Dios compasivo y misericordioso.
Nos recuerda que estamos desafiados a ir hasta el final en la experiencia de la fe por la que nos ponemos totalmente en las manos de Dios, como Jesús ante su pasión.
Por eso, la Eucaristía le recuerda a la Iglesia que su lugar en la compleja vida de los hombres no es el poder, la estrategia política, el cálculo o la viveza criolla.
Si intenta promover así el Evangelio, traiciona tanto al Evangelio como a la misma política, cuya noble naturaleza pervierte, escandalizando a propios y extraños.
La Eucaristía, memoria de la Pascua del Señor, le recuerda a la comunidad cristiana que su lugar en la historia humana es el del pan y el vino, allí donde obra el Espíritu que sondea los corazones, atrae la libertad e ilumina la conciencia con el único poder que es realmente congruente con la naturaleza de Dios: el amor humilde del Cordero que, inocente, inerme y entregado, dona la Paz al mundo.
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Tenemos que tener muy presente todo esto, ahora que emprendemos el último trecho hacia el XI Congreso Eucarístico de Tucumán, para celebrar el don de la Eucaristía y renovar nuestro compromiso ciudadano con la libertad y el progreso de nuestra Nación.
Reconocemos con humildad que, hoy como hace doscientos años, seguimos aprendiendo a ser creyentes e Iglesia en una Argentina más mestiza, compleja y variopinta que entonces.
Una Argentina que amamos, que nos fascina y nos desafía, tanto como nos pone en crisis y nos anima a despojarnos de formas mundanas de vivir nuestra condición eclesial.
Vamos a Tucumán, no con ánimo triunfalista, sino como peregrinos que quieren adorar, servir y purificarse en la Sangre del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
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El relato de la multiplicación de los panes nos ayuda a comprender otras dos experiencias que la Eucaristía moviliza en el corazón de los creyentes.
Simplemente las enuncio.
Jesús obliga a sus discípulos a involucrarse con el hambre de las multitudes que lo siguen, a hacerse cargo del desierto en que caminan, para transformarlo en lugar de encuentro.
Cualquiera que haya experimentado la llamada a la misión sabe bien que esta exigencia maravillosa se acrecienta con el tiempo, a la vez que aumenta el vértigo del que descubre que tiene que dejarse llevar por Él, especialmente cuando más tentación tiene de encontrar un lugar cómodo y tranquilo.
La Eucaristía nos hace repetir, como los mendigos que viven al día: «Padre, danos hoy nuestro pan cotidiano, estamos aprendiendo a vivir solo de tu Providencia».
Lo segundo que quiero destacar es el contexto de la multiplicación.
Jesús quiere llevarse a los suyos a un lugar tranquilo. «Pero la multitud se dio cuenta y lo siguió. Él los recibió, les habló del Reino de Dios y devolvió la salud a los que tenían necesidad de ser curados» (Lc 9, 11).
Sigue, a continuación, el relato de los «cinco panes y los dos pescados» que se multiplican, pasando de las manos de Jesús a las de los discípulos y, por ellas, a la multitud hambrienta.
Queridos hermanos y amigos: la Eucaristía siempre tendrá que ver con el hambre, la fragilidad y la debilidad de las personas, de las familias y de los pueblos.
Dejo la palabra final a un gran doctor de la Iglesia, San Francisco de Sales. Este santo de la misericordia enseña:
…son dos las clases de personas que han de comulgar con frecuencia: las perfectas, porque, estando bien dispuestas, faltarían si no se acercasen al manantial y a la fuente de perfección, y las imperfectas, precisamente para que puedan aspirar a ella; las fuertes, para no enflaquecer, y las débiles, para robustecerse; las enfermas, para sanar, y las que gozan de salud, para no caer enfermas. . . (Introducción a la vida devota XXI)
¿Por qué celebramos la Eucaristía?
Porque somos imperfectos, débiles y necesitamos de Aquel que es médico y medicina.
El mismo que se nos ofrece en el Pan que compartimos y adoramos.
Somos realmente débiles. Necesitamos de su fortaleza.
Así sea.