«Una oportunidad a la vida» La Voz de San Justo (24 de abril de 2016)

La muerte de unos jóvenes por el consumo de éxtasis en una fiesta electrónica ha vuelto a sacudir las conciencias, generalizando la indignación.

Indignan sus muertes absurdas, el descontrol y la indiferencia de sus pares, pero, sobre todo, la impunidad de quienes les suministraron la pastillita o miraron para otro lado, cuando tenían que velar por su seguridad.

Algunos se preguntan -y no les falta razón- si esto no tiene mucho de hipocresía. Apuntan, por ejemplo: cada día, cientos de chicos, básicamente pobres, caen víctimas de drogas también terribles, pero menos sofisticadas como el “paco”. Parece importar a muy pocos. Y, sin embargo, unas y otras eran vidas que merecían ser vividas a pleno.

Son cuestiones que no podemos seguir eludiendo. De todos modos, en estas breves líneas, quisiera llamar la atención sobre un aspecto que considero fundamental.

En este sentido, sobre todo los adultos, tenemos que hacernos otra pregunta. Tomo las palabras de un profesional que mucho estimo, el Dr. Pedro Estevez, decano de Medicina de la Universidad Nacional de Cuyo: “¿No será que lo que realmente está faltando es elevarnos hacia la promoción de la vida, de la buena vida, a la que se accede con el conocimiento de la propia cultura y esmeros humanos, con la educación, con la práctica activa de la aceptación del otro y la vivencia de ser respetado? También con el cuidado de los vínculos que sostienen y con el compromiso de cuidar al desprotegido: por enfermo, por discriminado, por ser niño, adolescente o anciano. Esto no es otra cosa que practicar el amor al prójimo”. Y concluye: “…vuelvo a la propuesta de que habría que dar, a la vida bien vivida, una mejor prensa”.

El camino no es otro que fortalecer los vínculos significativos que nos hacen personas y donde se juega el aprendizaje más desafiante e importante de la vida: precisamente, aprender a vivir con dignidad y plenitud.

Aprendemos a vivir de la mano de otros que nos estimulan en nuestra originalidad, nos dan confianza en nosotros y en nuestras potencialidades; que nos dicen, por su sola presencia, que somos valiosos por lo que somos, más que por nuestra apariencia o por los resultados que obtenemos, menos aún que por lo que logramos poseer.

Un rostro amigo nos hace amigable la vida.

Pienso que, en este punto, es necesario relanzar un verdadero pacto social de convivencia entre todos: ciudadanos, familias, organizaciones de la sociedad civil y, por supuesto, el poder político.