Vidas recuperadas – Artículo en «La Voz de San Justo» (17 de abril de 2017)

“La vida no vale nada si escucho un grito mortal y no es capaz de tocar mi corazón que se apaga” (Pablo Milanés).

Los obispos de Argentina acabamos de concluir el primero de nuestros dos encuentros anuales. Nos reunimos para repasar juntos la vida de las comunidades cristianas que pastoreamos.

Esta vez, y en el marco del Jubileo de la Misericordia, interrumpimos el curso de nuestras deliberaciones para visitar algunos lugares con personas en distinta situación de fragilidad: hogares de ancianos, unidades penitenciales, centros para la recuperación de adictos, hogares para personas con alguna discapacidad.

Los obispos de las seis diócesis de Córdoba visitamos la comunidad de “El Cenáculo”. Una institución fundada por una religiosa italiana que reúne jóvenes de varios países que están en proceso de recuperación de alguna forma de adicción.

Descubro que tengo que contar lo que vi, escuché y sentí. Vi rostros jóvenes. Escuché relatos de vida. No sentí tristeza, sino una honda emoción. Varios de ellos repitieron, seguramente porque se lo han dicho entre sí: sabemos lo que es resurrección. Aquí hemos resucitado.

Vi, por eso, sonrisas que se abrían paso, sobreponiéndose a experiencias humanas muy duras. Esos chicos habían estado en el infierno. Habían mirado de frente la oscuridad del abismo. Sabían lo que era el mal, sufrido y procurado a otros.

Pero, algo había ocurrido en sus vidas para que no terminaran devoradas por la oscuridad. Alguien había escuchado su grito mortal y les había tendido una mano salvadora. Fue suficiente para recuperar dignidad, autoestima y fuerza para vivir y pelear la vida.

¿Estamos escuchando los gritos mortales de los jóvenes de nuestro San Francisco? ¿Les estamos tendiendo una mano? ¿Cuántas muertes más tendremos que llorar?