¡Cristo vive! – Homilía en la Vigilia Pascual 2016

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Lo seguían desde Galilea. Esas mujeres sabían, por experiencia directa y personal, el poder de vida y de humanidad que Jesús llevaba consigo y comunicaba con cada gesto y cada palabra.

Ellas, que sabían cuánta deshumanización puede deformar la vida de un ser humano, habían conocido a un hombre realmente bueno, con la bondad que solo puede tener como fuente al Dios de la vida.

El encuentro con él las había sanado. De una de ellas -María Magdalena- había expulsado siete demonios, nos cuenta Lucas casi desde el inicio mismo de su relato (cf. Lc 1-3).

Habían sufrido con él el rechazo, la traición y la injusta condena, llorando su muerte violenta, hasta contemplar cómo lo habían sepultado.

¿Cómo podía ser posible que un hombre así hubiera sido alcanzado por esa vorágine de mentira y violencia? ¿Por qué Dios, a quien Él invocaba como su Padre, no lo había salvado? ¿Dónde está realmente su poder?

Podemos imaginar los sentimientos y las preguntas que se entremezclan en sus corazones.

Los discípulos varones habían huido hacia Galilea. Miedo, confusión y una profunda sensación de fracaso los había invadido. No los juzguemos con severidad. Nosotros también somos así.

Pero están las mujeres. La mujer, normalmente, no huye frente al dolor y la muerte. Sabe tanto de la vida, que es capaz de ir hasta el fondo, dejándose herir en los ojos por la oscuridad de la muerte.

San Juan nos cuenta que precisamente la Magdalena, después que Pedro y el discípulo amado se van del sepulcro, se queda allí, llorando y, con los ojos bañados por sus lágrimas, ella, la enamorada, se asoma al sepulcro (Jn 20, 11).

Es un gesto impresionante. Muy propio del “sexo débil”: mirar la muerte a la cara, esperando lo imposible.

Volvamos ahora al relato de Lucas que comentamos. Antes de esto, cuando apenas despunta el alba, las mujeres van de mañana a honrar, con bálsamos y perfumes, el cuerpo exánime del amado Jesús.

Van a honrar a un muerto, y se encuentran su sepulcro abierto y vacío.

Y allí, en medio del desconcierto y el temor, resuena el anuncio que, en esta noche, también nosotros recibimos: “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado…” (Lc 5-6).

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Queridos hermanos cristianos:

Nos hemos reunido en vigilia de oración, entrada ya la noche de este sábado de gloria, para escuchar la Palabra de Dios.

Los textos sagrados nos han permitido recorrer la historia de salvación, desde la creación del mundo hasta el éxodo, llegando al anuncio gozoso de la resurrección, que se hace vida para nosotros en el bautismo.

La muerte sigue presente en el mundo, en nuestra propia vida. La muerte de los que amamos, y las muertes de los que aun viviendo gimen bajo el peso de la injusticia, del odio irracional, de la desesperación o de la rabia. También la muerte del que se deja vencer por el demonio de la corrupción o de la violencia.

El sepulcro vacío de Jesús, iluminado por la Palabra de Dios, nos desafía una vez más; nos invita a una fe más honda, consciente, libre y, por eso, más personal.

Nos invita a tener la experiencia del encuentro con Jesús resucitado que se da cuando, soltando todas las riendas con las que pretendemos sujetar y dominar nuestra vida, nos dejamos llevar por la misma confianza con la que Jesús se entregó al Padre, llegando hasta el final de la pasión y la muerte en cruz.

¿Qué clase de cristiano soy? ¿He tenido la experiencia de ser alcanzado por el Resucitado -como San Pablo- en el camino de la vida? ¿Me he animado a confiarme a su Palabra y a la acción interior del Espíritu Santo que me invita a vivir en obediencia y fidelidad al Padre?

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Queridos hermanos cristianos: como su obispo, en esta noche santa, permítanme que cumpla la misión para la que he sido consagrado. Déjenme que les anuncie al Viviente, a Jesús resucitado por el poder del Padre.

Permítanme que le diga a cada uno de ustedes:

“Amigo: el amor es más fuerte. Cristo vive y reina. Es Pascua. Ponete de pie, porque así te quiere Dios.

Abrí tu corazón a todo lo que es justo, noble, bueno y bello.

Tendé tu mano a quienes esperan un rostro amigo que les ayude para seguir caminando.

Sí, hermano, el amor es más fuerte.

Hoy volvemos a cantar Aleluya”.

A todos ustedes, queridos amigos y hermanos, mis deseos de una muy feliz Pascua de Resurrección.

Amén.